Viajes apocalípticos...
El último desplazamiento veraniego, al margen de alguna salida de un día a que siempre obliga la amistad, ha sido a Madrid, la Madrit bestia negra y saco de satanes del independentismo de espardeña y calçot. Como iba de enfermero samaritano, a lo que también obliga la edad provecta, no he salido de la casa más que para los paseítos de rigor bajo un sol de justicia y unas sombras refrescantes. Madrid siempre ha puesto a prueba la incolumidad (permítaseme el vocablo, aunque sea ortodoxo) de los nacionalistas furibundos. Véase la transformación de la Rahola en su momento y véase ahora, vuelta al redil de sus orígenes y convertida en lamedora biooficial de Mas, la antitransformación estética sufrida: casi desde la alta costura, al vestidillo floreado de mercadillo. A lo que yo iba es a que, estando en Madrid, liberada la imaginación y prisionero del insomnio pertinaz, di en figurar, en la duermevela de la madrugada que Barcelona, como Castroforte de Baralla (y perdóneseme, a su vez, este exceso de memoria literaria), no sólo había levitado, sino que se había desplazado hacia la meseta y le había dado por estrellarse, más que aterrizar, incrustándose, en plena capital manchega. A partir de ahí viví unas deslumbrantes horas de duermevela que quiero compartir con quienes se paseen por estas crónicas de la vida cotidiana, muy distante de la cotillana en que se ha convertido nuestra depauperada realidad de cada día. Los madrileños se despertaron y, de repente, se encontraron con calles y gentes y comercios diferentes, y otra lengua. Se metieron en los coches dispuestos a recorrer la castellana y se encontraron con que una nueva avenida, la Diagonal, la cruzaba y, alrededor de ella, hacia el sur, un perfecto enrejado de calles del Ensanche barcelonés. El guirigay y la perplejidad pugnaban por imponerse, pero al fin, tan amantes de la música como son los manchegos, se impuso la bocina, antes que la voz, y se elevó hacia los contaminados aires de la capital de España un desconcierto de estridencias que anunciaron al orbe el inconcebible (hasta que yo lo concebí) injerto de una ciudad en otra por arte de birlibirloque. Unánimemente agradecieron todos, eso sí, que hacia la parte de la casa de campo se extendiera el mar, con su rítmico oleaje. Y llevaron a mal, sólo los merengues, que no los colchoneros, que hubiera caído el Camp Nou a un quilómetro escaso del Bernabeu. Lo cierto es que no se sabía quiénes estaban más perplejos, si los barceloneses o los madrileños. La Generalitat cayó hacia la parte de los jardines Sabatini, casi tocando a la Plaza de España, pero se descarta que en el fenomenal azar hubiera alguna intención irónica, dado lo espectacular del suceso, porque, de otro modo, bien podría haber caído en la Puerta del Sol, para gozo de consejeros y de su, para ellos, Honorable. Es de agradecer que, culminado el aterrizaje y encajadas todas las piezas barcelonesas en el caos madrileño, la gente de a pie, sin coche oficial ni comisiones del 4% ni sobres de 20.000 euros, supiera tomarse con la filosofía de la cordialidad la situación, de modo y manera que, durante los primeros momentos del madrizaje todo fueron, al margen de la sorpresa morrocotuda, un incesante intercambio de cumplidos y buenas palabras, todo ello amenizado por el humor gatuno de los del foro y el socarrón de los herederos de D. Serafín, alias "el 2", de la estatua. La situación, como se advierte, da para un novelón por entregas, pero duró lo que una duermevela mal digerida a nivel sómnico, pero apasionante a nivel diúrnico fingido. Incluso el restaurante de la calle Aragón, el viejo y célebre Madrid-Barcelona, renovó laureles y tuvo su agosto e incluso sus agostos, a juzgar por el súbito interés que despertó en los lugareños, del mismo modo que el 7 puertas y otros menos conocidos pero mejor cocinados.
He de reconocer que me entretuve más de lo que permitían las escasas horas de la madrugada en la observación ex machina del suceso, y aun ahora, de nuevo en Barcelona, y en feliz vigilia, me pregunto qué hubiera pasado si la situación se hubiera producido al revés... No sé, y me duele decirlo, si hubiéramos estado a la altura de la proverbial hospitalidad mesetaria...
Cuando desperté, sin embargo, el gobierno de la Generalidad se había reunido de urgencia para organizar una comisión rogativa al Banco de España... Ya puestos...
Genio y figura.
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