El secesionismo catalán desde el punto de vista filológico.
Desde que
Orwell inventó el concepto de neolengua, y una concreta, para
la sociedad descrita en su novela 1984, una clásica distopía -voz
esta, por cierto, que ni el IEC ni la RALE se aprecian de incluirla en sus
diccionarios de referencia, por el talante conservador y poco amigo de
innovaciones que comparten ambas entidades-, heredera indiscutible del Mundo
feliz de Huxley, no son pocos los gobiernos de todo el mundo, sin
distinciones de sistemas de gobierno, a pesar de que es más empleada en
sociedades sometidas al totalitarismo, que han recurrido a la neolengua para
tratar de establecer una lectura de la realidad que sea, en verdad, una creación de
la misma. Lo que sucede, sin embargo, es que estos intentos de creación son
llevados a cabo por gente poco creativa, nada sutil, muy incompetente y torpe,
y su intento se acaba convirtiendo en un ridículo espantoso que causa vergüenza
ajena, e indignación. Tener una neolengua como herramienta de acción política,
aunque sea construida a partir de una lengua minoritaria con ínfulas de
mayoritaria y con delirios de grandeza de algunos de sus hablantes -afección
común de los pobres de espíritu- quiere decir que todos los mensajes se tienen
que traducir para poder entenderlos como es debido y no caer en el error
inmenso de tomar algo por lo que en realidad no es. Necesitamos, pues, un
truchimán o trujamán de bolsillo que nos permita traducir de la neolengua
a la lengua empleada por todos. No es un juego, sino algo bastante serio como
para denunciarlo -la creación de este neolenguatge perverso- como intento de
subversión de la realidad con la finalidad evidente de llegar a una dominación
política al margen de la voluntad mayoritaria de los ciudadanos libremente
expresada de acuerdo con la legalidad vigente, porque, una vez creada la
neolengua, quienes no la comparten quedan excluidos del grupo que la toma como
señera de identidad deriática, valga el neologismo catalán. El
trabajo traductor, a menudo, no es fácil, a tenor del proceso de
enmascaramiento del referente real que se lleva a cabo con el objeto de hacer
aparecer el nuevo concepto casi como surgido de forma espontánea y natural,
como corolario de unos hechos deseados, queridos, más que propiamente reales. Lo
que conviene, por lo tanto, es pasar de la teoría a los hechos y advertir cómo
en la Cataluña de nuestros días se ha instaurado una neolengua cuya traducción
es justo y necesario que sea conocida por todo el mundo, para advertir del
sutil intento -¡ay, aquella Invassió subtil tan preclara de
Calders!- de dominación política que esconde detrás, sobre todo hacia los
ciudadanos que tienen como lengua materna la otra lengua oficial de la
comunidad, inexistente, despreciable y anomalía histórica -anomalía
que los xenófobos de entre ellos extienden a sus hablantes- para la totalidad
de usuarios de la neolengua del poder regional. Así pues, conviene tener muy
claro qué quieren decir ciertos usos lingüísticos que lo tienen todo de máscara
y fachada detrás de las cuales se esconde el fruto del huevo de la serpiente:
Generalidad, es decir, Particularidad, el gobierno de un
puñado por un mandato, los suyos.
Medios de comunicación públicos, esto es, Medios de alienación y
agitprop de uso privado del gobierno.
Prensa libre, es decir, prensa sometida a satisfacer la
complacencia de quienes otorgan las subvenciones con dinero público.
Sociedad civil, es decir, pesebrismo y fondo de reptiles.
Derecho a decidir, aberración conceptual con que se quiere esquivar un
derecho inexistente en nuestro ordenamiento jurídico: el derecho de
autodeterminación.
Elecciones plebiscitarias, fatua pamplina que incluye la
clásica contradictio in adiecto que
conocen incluso nuestros poco preparados bachilleres del fracasado modelo
educativo de éxito...
DUI (Declaración unilateral, tartamuda, de la in, inde, independencia),
que quiere decir exactamente Cd’E, es decir, traducido, Golpe de estado.
Consulta sí o sí, que es tanto como mesas petitoria del voto
caritativo por el amor de la madre patria, este andrógino platónico; mesas que
serán colocadas en la calle bajo el amparo de una ley autonómica que de ningún
modo garantiza una vinculación legal de la consulta con una toma de decisión
posterior orientada a la creación de una nueva legalidad que, además, sólo
llegaría a constituirse como tal mediante el hecho -altísimamente improbable-
del reconocimiento ajeno.
Legalidad democrática, es decir, por encima de constituciones, de
elecciones y de la soberanía popular, el dividido partido gobernante decide qué
es y qué no es democrático en el ámbito del territorio donde ejerce sus
competencias autonómicas actuales, definidas por la Constitución española,
única instancia política que justifica su presencia al frente de la autonomía.
Consejo asesor para la transición nacional, o sea, una
pandilla de amigos nacionales que con ademán de momento histórico, muy del
gusto del transcendentísimo presidente de la Particularidad, le dicen aquello
que quiere escuchar, con total solemnidad nacional.
País vecino, es decir, el resto de España, antes el Estado
español, expresión esta última caída en desuso por la ambición secesionista
que busca la creación del Estado catalán.
Cataluña, nuevo estado de Europa, quiere decir exactamente...
¡nada!, ¡no quiere decir nada!, son las palabras encarnadoras del vacío más
evidente. Porque, muy a menudo, la neolengua se especializa en darle el cuerpo
de las palabras a la inexistencia de realidad, a su ausencia, al agujero, a la
nada.
Proceso, alusión paradójicamente dinámica a una voluntad
estática, y valga la anfibología neológica.
Hacienda propia, único de los casos en que el sentido literal se
impone al sentido figurado de la expresión común: propia quiere decir que se
quedan el dinero público para autogestionarlo, palabra que descompuesta
preceptivamente significa: auto: yo mismo; y gestionar: apropiarse.
Poble català, dícese de aquellos
individuos certificados como tales por el comité de adjudicación de la
nacionalidad intachable, aun siendo una minoría evidente en el total de la
población de la región.
Et sic de caeteris.
Orwell, de hecho, no inventó nada, porque desde los tiempos de los
escribanos del antiguo Egipto, sabemos, como nos lo recordó Lewis Carroll, que lo
importante, por lo que al lenguaje toca, no es tanto qué significan las
palabras, sino quién manda.
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