lunes, 7 de diciembre de 2020

Crónicas de Robinson desde Laputa (VI)

Olla de grillos o pandemonio infernal: la política de rompe y rasga...


      ¡Menuda escandalera la de esos torileños a cuenta de una epidemia bastante más aseadita que la que se desató en mi Inglaterra natal justo al año de haber llegado yo a este mundo y cuyo relato fingidamente escrito a pies para que os quiero de los hechos -nada que ver con el relato que tuve la inmensa fortuna de leer no hace mucho, La peste, pergeñado, ¡quién lo diría!, por un francés- es hijo legítimo de quien a mí me dio a luz para que yo, llevado de la mano por él, diera noticia de mi insólita aventura en el reino de mi isla! Y tras la admiración  descanso, porque la placidez de la ingrávida Laputa tiene eso: se te van las proposiciones una tras otra sin freno ni ganas de echárselo, de como discurren, toboganeras -permítaseme la licencia- , de la mente relajada a los dedos menesterosos. ¡Y qué gentil airecillo me sube al viso por el abaniqueo de la pluma en su desplazamiento por el papel! Aquello, según oí relatar, porque fue la conversación de muchos siglos, sí que fue una peste como Dios manda, que las manda siempre en mala hora, porque los efectos, al menos los de aquella, fueron tremebundos. Hoy, como ayer, el remedio es el mismo, ¡y seguramente el único!: el confinamiento: cada uno en su casa y la peste en la de nadie, ¡al despoblado! Todos, en su momento, nos hicimos lenguas de aquella villa inteligente, Eyam ha por nombre,  en la que se encerraron en casa e inventaron un sistema de torno para comprarles a los agricultores las viandas con que mantenerse en el encierro. Los torileños iniciaron el suyo con la alegría deportiva de lo desconocido, ¡venga aplausos, ingenio, risas y picaresca para pasear perros de peluche!, pero a la vuelta de tres meses, el lindo Don Digodiego que los gobierna proclamó a los veinte vientos la victoria sobre el esférico bicharraco lleno de trompetas ¡y allá que se desparramaron por la geografía física patria los lugareños! para disfrutar de un país del que, por mi paso de la frontera con Francia, no guardo yo buen recuerdo, pero que, visto desde este encumbrado mirador, es digno de visitar y de admirar, pudiendo competir con nosotros mismos, con los estirados franceses y con los joviales italianos. Dios Nuestro Señor fue generoso con los países, ciertamente, y, por mucho que haya pueblos que se consideren "elegidos" por Él, en todos hay bellezas innúmeras que admirar y elogiar. Están tan entretenidos los torileños en despedazarse, a cuenta, observo, de las dos tendencias básicas que dicta la experiencia para estas realidades: la centrifuga y la centrípeta, que observan los avances de su pandemia entre encolerizados y desesperados, como si la ira los protegiera del contagio maléfico. ¡Todos tienen razón!, ergo... nadie la tiene toda, pero lo poco que se tenga de ella ¡hay que ver con que repertorio de amenazas de toda laya se blande contra los adversarios o enemigos!, porque la ingenuidad jamás ha de usurpar la lógica prudencia ni la certera sindéresis: la especie humana, y creo que hablo con suficiente experiencia contrastada, ha hecho de la enemistad un seguro de vida: la desconfianza salva vidas, la confianza las pierde.  Junto a esa lucha en que el desgobierno de una coalición contra natura ideológica iba acumulando cadáveres en la más terrible de las contabilidades sociales, se libraba otra batalla, la de las cuentas que udieran asegurar la supervivencia, durante el resto de la legislatura, de un empeño político para transformar de arriba abajo el país, lo que no dejaba fuera ni siquiera la simpática y sobria figura de su rey, tan bien plantado, es decir, la monarquia. Algo cromwellianos son, ciertamente, quienes desgobiernan Torilandia; pero no está todo dicho al respecto. Al fin y al cabo, cualesquiera cuentas que aprueben solo son, como dicen por ahí abajo, «un brindis al sol », porque, habiendo optado por la vida en vez de por la economía o por ambas, con estrategias de combate mejor ideadas, o, en su caso, simplemente «ideadas», Torilandia no sería, como ahora por desgracia lo es, un país al borde de la quiebra económica y dependiente de su confederación con el resto de países europeos -entre los que, aún no sé si por suerte o por desgracia, no ha de contabilizarse  Inglaterra-, para salir del paso con una dádiva que proteja a quienes, y ya veremos hasta cuándo dura esa ayuda, lo están perdiendo todo, es decir, lo poco que tenían. Como en Laputa vivimos en algo así como un Estado de excepción, en el mejor de los sentidos de la expresión, y la calma social y política de la que disfrutamos es envidiable, la contemplación de lo que ocurre en Torilandia levanta pasiones entre los aficionados teóricos al arte de la política, porque raras veces en un mismo país se manifiestan fuerzas tan contrarias a la permanencia o la desaparición del propio país con arreglo, además, a doctrinas ampliamente condenadas por la Historia, tras las terribles experiencias del complejo siglo XX, tan paradójico: progresos en todos los campos de la invención y atrasos en el de las relaciones sociales e internacionales.  La vida es lucha continua, eso está claro, pero es raro el país en el que unos han de defenderlo frente a otros conciudadanos, que no compatriotas, cuyo objetivo es destruirlo. Reduzco de forma fácil el planteamiento de lo que ahí abajo ocurre porque la red de mentiras, imposturas, falsos testimonios, pretensiones, medias verdades y disparates demenciales da, de hecho, para una discriminación muy, pero que muy morosa, para la que, aun teniendo ganas, que para escribir nunca me faltan, faltaríanme, si acaso, los sufridos lectores que hubieran de seguirla. La sensación de desolación que produce la reclusión de los individuos en sus moradas, como frágiles animales temerosos que se agazaparan en sus madrigueras, cambia el panorama de los pueblos, ciudades y comarcas de modo tan lastimoso que la sensatez aconseja esperar un tiempo prudencial antes de echarle otra ojeada a ese país en el que, como dijo uno de sus poetas: torileño que vienes al mundo, te guarde Dios, una de las dos torilandias ha de helarte el corazón...

    



5 comentarios:

  1. Bello y clarividente texto de la realidad torileña en que vamos todos contra todos en plena pandemia. Me gusta esta serie de crónicas de Robinson sobre Laputa, la he leído dos o tres veces observando el rico español en que está redactado. Pienso que el estilo es el principal elemento en esta crónica para revelar el alma de Torilandia y de los torileños que pugnan por disolverse, confrontarse, separarse. Es indicativo que no ha habido guerras en los dos últimos siglos contra enemigos exteriores y todas han sido entre los torileños siguiendo su pulsión atávica: el enemigo está en casa como escribió en un whatsapp un general retirado que quería fusilar a veintiséis millones de españoles, o en Toriluña donde los próceres separadores querrían igualmente hacer desaparecer a la mitad de la población con un baño de fuego que para sí hubiera querido aquella institución inquisitorial torileña. En fin, brillante texto que da continuidad a la serie.

    ResponderEliminar
  2. Este Robinson se nos está españolizando, en efecto, y con tendencia al barroquismo, advierto, abandonando su tradicional manera de ser, práctica y directa y su religiosidad que tanto me sorprendió en la lectura tardía que hice de la novela. ¡Echo tanto de menos una infancia lectora como la tuya! El otro día, en franca conversación de sobremesa, constaté que una amiga y mi Conjunta habían leído una barbaridad antes de los 15 años, cuando yo me decidí a leer mi primer libro completo, sin dibujos... En fin... Me alegro de que estas crónicas tengan un lector tan poderosamente "vocacional" como tú. Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Yo leí antes de los quince años mucho pero eran tebeos, novelas de aventuras, de pandillas (Richmal Crompton, Enyd Blyton...), novelas del oeste de Marcial Lafuente Estefanía, del espacio, espías -todas de kiosko-, libros de historia de la segunda guerra mundial que tenía mi padre... y uno maravilloso que se titulaba La conquista del fuego de Rosny. Tuve que llegar a los diecisiete años para que leyera algo que fuera mínimamente literario, aunque no renuncio a la lectura de Verne, de Salgari, de Karl May, de Crompton, de Blyton, de Estefanía... Empecé a ser lector de literatura cuando comencé a cursar Literatura hispanoamericana en la universidad, antes leía sin demasiado criterio obras de aquí y de allí.

      Eliminar
  3. No creo, por maniqueo, que hay solo dos, porque hay aquí más castas sociales que en la India.La historia se forja con el hierro candente del enfrentamiento y la pandémica realidad es un ajuste de cuentas de la naturaleza contra el mundo surgido. Todo ello anotado bajo la prosa sagaz del narrador narrado.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¿Y quién es Robinson, Francisco, para enmendarle la plana al poeta...? Estoy, sin embargo, de acuerdo contigo: aquí hay muchas que dos, y no todas, además, luchan en igualdad de condiciones contra la pandemia, todo sea dicho de paso...

      Eliminar