viernes, 22 de noviembre de 2013

Una vez al año



    Las trampas sociales       

            Hay seres sociables, ultrasociables y, atenuémoslo, seres poco proclives a la vida social. Cuando uno tiene la desgracia de pertenecer al tercer grupo, ha de escuchar una suerte de argumento, coacción, amenaza que, de desoírlo, puede afectar su vida familiar seriamente, incluso hasta el punto de perderla, caso de no jugar a ese perverso y desequilibrado juego de las negativas: “¡De ninguna de las maneras, me niego!”, y de las cesiones:  "Sí, pero me la debes…":
              “Pero si es una vez al año…”
              Es el “pero” dramático que escucha el insociable con la mirada suplicante del perro que pretende que el amo no descargue el golpe sobre su lomo, o la ama…
              La lista de acontecimientos que “sólo”, siguiendo las normas sociales no escritas pero con rango de ley de obligado cumplimiento, se celebran una vez al año es tan larga que, según los casos, el ser huraño o misántropo o simplemente amante de la soledad y de “sus cosas” se ve comprometido para casi los 545 días del año…, porque esos 180 –en menguada estimación- en que se han de cumplir las obligaciones de toda índole se sufren doblemente…
 A esta situación, más común de lo que puede parecer, porque la sociabilidad de la especie tiene más de mito que de realidad, aunque no el gregarismo, que ese sí que algunos es lo único que llevan escrito en el ADN, se le ha de añadir, como es lógico, un castigo obvio: ser miembro de una familia numerosa y que la socia o el socio también lo sea. ¡Ahí es el acabose!
                 Cumpleaños, onomásticas, Nochebuena, Navidad, San Esteban, Año Viejo, Año Nuevo, aniversarios de bodas, misas de difuntos, citas con los amigos, cenas o comidas con los colegas, la celebración del amigo invisible, la fiesta de carnaval, la castañada, la salida a la nieve, la salida de semana santa, la reunión de vecinos, la necesaria salida a elegir y comprar un electrodoméstico sin el que no se puede vivir, el día de la ópera, la velada teatral, el viaje de fin de semana para renovar lazos indestructibles, la compra de un nuevo colchón, los vídeos y las fotos de los viajes de los amigos, la presentación de novios o novias de la prole, la  barbacoa en el merendero, las visitas hospitalarias (a cierta edad tan frecuentes como los entierros), las fiestas de fin de curso, las graduaciones…, todo ello escrito a tecla pronta y sin pausa, porque de hacer la lista exhaustiva esta entrada iba a parecerse más a un índice que a la amarga queja que es.

                   ¿Cómo puede alguien construir su individualidad en, y con, esas condiciones? ¿Cómo puede alguien edificar su personalidad si le andan sacando de su casa y de sus casillas con cada nueva cita concertada? ¿Qué puede ofrecer en el comercio con los demás sino un apunte, un borrador defectuoso de lo que podría ser? Frente a las exigencias de la sociabilidad hemos de oponer que la sociabilidad bien entendida, como la verdadera caridad, empieza por uno mismo. A ver si me libro de la próxima y me puedo escabullir para salir a cumplir mi labor de observador atento de nuestra maravillosa vida cotidiana, en la que, a veces, entran novelas de terror como la presente…

2 comentarios:

  1. Yo llevo estos cónclaves familiares y amistosos con alegre resignación. La vida social es así. A veces temo hacerme demasiado misántropo y solitario, siguiendo mis tendencias naturales, y aprovecho estos encuentros para intentar hacerme más sociable. Pero no lo consigo. Yo de natural soy solitario o como máximo partícipe de mi núcleo familiar más íntimo y necesario. Entiendo tus razones para intentar escabullirte. Yo lo consigo de vez en cuando.

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  2. Creo que los "amigos manuales", que decía Gracián, son los responsables de la levísima misantropía de la que hablo. Eso y que la vida se va yendo sin para un punto..., algo que antes no tenía la lógica importancia que ahora tiene.

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