martes, 4 de marzo de 2014
La exhibicionista huella sonora del turista catalán
Quien haya tenido la oportunidad sociológica de coincidir con compatriotas "de la ceba" fuera del perímetro de nuestras sucintas fronteras se habrá dado cuenta de que suelen elevar el tono de voz casi hasta el grito, pasando perfectamente por auténticos meridionales, pero lejos aún de los japoneses o los árabes, para hacerse notar, para dejar huella sonora de su existencia en el universo lingüístico, y tampoco le habrá pasado desapercibido que lo que más les joroba es que después de tal sonora profesión de fe en su identidad lingüística, y a la vista de alguna camiseta del Barça que lleven, se le acerquen y les digan: ah, spanioli? Spanish? Spanien? Spanhol?, o como sea. Es de ver, entonces, si uno tiene la desgracia de verlos actuar de cerca sin que adivinen que los entendemos perfectamente, la cara de asco con que reciben la identificación y la vehemencia con que se apresuran a endilgarles el rollo Masivo de la nación milenaria, bla, bla, bla, sin que los interlocutores, a la vista, por ejemplo del pasaporte, logren comprender ni jota de sus explicaciones pormenorizadas y apasionadas. Últimamente, sin embargo, he hallado una conducta que me hace pasar muy buenos ratos. Como por ejemplo en el Vaticano, al acabar de subir los peldaños. Coincides en lo más alto de la cúpula y, después de hablar entre ellos en un catalán jadeante, se dirigen a ti que te han oído hablar en esa lengua de los pobres que es el castellano porque tienen "la deferensia de adresarte la paraubla para confraternisar con uno del otro lado del Ebro", y porque, en el fondo, lo que son es unos plomos de mil diablos. Hacen los mil esfuerzos por hablar un castellano destripado y, de vez en cuando, introducen un catalanismo innecesario y se disculpan con el "como desimos por allí", como si el allí fuera el círculo polar ártico. Tropezando la conversación llega el momento culminante: "¿Y ustedes de dónde proseden?" "De Barcelona", les espeto con el cariño con que se desengaña a un niño. Desde ese momento, acabas de morir para ellos. Y más si, al bajar, otros turistas, estos europeos, hacen los elogios de la Barcelona cosmopolita, cuando te han oído que eres de allí, y tú les explicas muy pero que muy brevemente que sí, que Barcelona es una ciudad española y cosmopolita, abierta a todas las gentes, aunque desde el poder municipal más se abren cuanto mayores son los ingresos de los visitantes, está claro. Y lo celebramos con el tópico que conocen y repiten en escrupuloso catalán de Vic: Barcelona és bona... Y nuestros perdonavidas particulares añaden al sofoco un rictus de contrariedad que les llevará a leerse, por la noche, en familia, las Bases de Manresa, de entrante; Lo catalanisme, de Valentí Almirall, de segundo y, de postre, el conocido Memorial de greuges, del mismo autor... País, paisanets...
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Al leer tu entrada tuve enseguida la sensación de encontrarme en una película típica nuestra de los años cincuenta o sesenta... Pero, al releerlo, me convencí de ello: es el más puro paletismo hispánico, solo que a la catalana, no sea que se ofendan por meterlos (a los nacionalistas, digo) en semejante cajón de sastre, a ellos, que son tan suyos, tan genuinos, tan puros...
ResponderEliminarUn abrazo
Todos los nacionalismos tienen un punto de ridículo insoslayable. ¡Y que aún perviva como positivo un concepto como patriotismo frente al de Humanidad!
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