Alicia Sánchez entró ayer en el País de las
maravillas del secesionismo catalán y retó al Nada Honorable Mas, rey de la
compasión con el viejo virrey, ladrón autodenunciado, a ver si era tan valiente –todo
el mundo tradujo simultáneamente el reto con otras palabras más soeces– como
para salir al atril y decir lo que el NHMas –imposible confundirlo con gerente
de la cadena hotelera, porque allí escogen muy bien al personal y conocen el breve
y lamentable historial profesional del presidente– viene diciendo con la
boquita pequeña: que “se votará el día 9” diga lo que diga el Tribunal
Constitucional. Era una trampa, está claro, porque si dice eso en sede
parlamentaria daría argumentos a la Fiscalía, acaso, para actuar de oficio, pero
es un ejemplo –hubo más– de eso que se llama “el juego político” y que tanto nos
aburre y nos cansa a quienes no formamos parte de él más que cuando nos
convocan a las urnas o, en el mejor de los casos, cuando se milita en algún
partido y se cumple con la obligación que los militantes –mi felicitación sincera
a todos los de todos los partidos sin excepción, porque eso debería ser la
norma, no la excepción– asumen libremente.
Mi reto retrospectivo al
lector sería: ¿A que no has tenido la valentía de haber seguido íntegra la
interminable sesión de intervenciones de la oposición, desde el que no se
opone, DRC, hasta los que quieren incendiarlo (o sandaliarlo) todo –y no es
metáfora– de la CUP? Pues este observador de la vida cotidiana, y no sé si me
he equivocado al creer que la pantomima de ayer forma parte de la “vida
cotidiana”, ha tenido la santa paciencia, el aguerrido humor, la fortaleza
auditiva y el equilibrio mental suficiente para dar cima a esa heroicidad por
la que reclamo, si no un comentario en que se me loe, sí alguna señal de que se
me lea.
Supuestamente el Parlamento
es la casa del pueblo, la sede de la representación popular. Pero, como el propio
NHMas dijo en alguna respuesta, nadie sabe a quiénes representa cada cual de
los allí presentes, de ahí que él busque la consulta y otros busquen las
elecciones anticipadas, que será, esto último, el final más que previsible del
tinglado que han montado “fuera” de la casa del pueblo para hacerse con ella,
como un asalto al famoso Palacio de Invierno o a la lejana Bastilla. La
diferencia histórica con aquellas situaciones es que asaltaban los desposeídos
y en nuestro caso, son los poseedores quienes quieren aumentar sus posesiones
y, como ahora se dice, blindarlas, que es corrección política para gobierno autoritario
de ordeno y mando, aunque lo desordene todo.
Del pobrísimo espectáculo
de ayer –porque lo que ve un espectador es siempre un espectáculo, guste o no a
sus protagonistas…– saqué una conclusión vieja. Hace años me decía que si
hicieran una encuesta en toda Catalunya sobre el Parlament, su actividad y sus
parlamentarios, el grado de conocimiento e interés por esa “pieza básica” del
sistema se acercaría al 1% del total de los, entonces 6 millones de catalanes.
Hoy es posible que ronde el 0’5%... Si no fuera así, no se habría organizado un
Movimiento Nacional desde la calle para
lograr lo que se habría de lograr desde el Parlamento, pero si además se da la
circunstancia de que algunos inquilinos del Parlamento son los inductores de la
creación de esas protestas de estética parafascista, resulta que ni siquiera
los moradores de la “casa del pueblo” creen que nada útil pueda allí ser hecho.
Si ello es así, si el Parlament es una necesidad enojosa del sistema, pero no
se tiene la convicción de que sea ni necesario ni útil, la farsa que allí se
representó ayer alcanza niveles de surrealismo que bien podríamos aspirar a
algún tipo de reconocimiento internacional tipo Guiness…, claro.
Acostumbrado como estoy
a no dejarme impresionar por lo que veo día tras día, y menos aún por lo que
oigo, he de confesar que el cúmulo de intervenciones demagógicas que oí ayer,
sobre todo en los turnos de réplica del NHMas, sobrepasa el nivel de tolerancia
de cualquier persona con una cierta sensibilidad para el razonamiento lógico. Parecía
el baile de los despropósitos y el festival de las mentiras interesadas, si es
que hay alguna que no lo sea, porque hasta la literatura busca con ella lectores
e incluso ingresos; del mismo modo que
el NHMas fue ayer el vivo retrato –algo más quijarudo y menos orondo– de Isabel
II –hija por cierto del “déspota ominoso” que tiene calle tan principal en
Barcelona, la calle Ferran, cerca del Palau de la Particularitat…– cuando,
según la pareja que escogía en los bailes palaciegos, había o no cambio de
gobierno. Ayer se nos puso de damisela con tropel de admiradores y pretendientes
y se hizo la estrecha…Y mentía a todos, y más aún a los que no la pretendían.
Mi propuesta cae por su
propio peso: Parlamiento, en vez de Parlamento se tendría que llamar esa institución
donde tanto se denigra la auténtica política, aquella que busca el
entendimiento y el compromiso, no la que azuza el enfrentamiento y el odio. En
lo que a mi parecer fue un momento estelar del debate y que supongo que habrá
pasado desapercibido para el tropel de politólogos que nos tertuliean
impíamente, el NHMas –y esa intervención lo descalifica “per sempre més”–
confesó paladinamente -¡y fue uno de esos breves momentos en que la verdad se
abre camino entre las zarzas de la demagogia!– que él solo sabe desgobernar
para quienes piensan como él, porque, al parecer, ni puede ni quiere ser el
presidente de todos los catalanes, sino sólo de los que le votan y de los que
se manifiestan aprovechando que él pone a su disposición la infraestructura
material que lo permite. Y se atrevió a decir el mientecato (sic, claro, por miente y por cat) que no hay
otra manera de gobernar: que unos son los elegidos y los otros a las calderas
de Pero Botero, poco menos. El NHMas se presentaba totalmente impregnado de la
teoría raholesca de los buenos y los malos catalanes defendida por su consejera
áulica y biógrafa babósica a los cuatro vientos de los cuatro medios de la voz
de su amo.
Ayer se supone que se
debería haber hablado de la realidad esta cotidiana a la que yo me asomo día sí
y día también, pero como se empeñaron en que todo girara sobre Catjauja, ese
estado suspendido como el Laputa de Swift, a veces no sabía si eran, las que me
llegaban (y me llagaban), voces de estantiguas
o de conciudadanos. Tendré que leer hoy los periódicos para salir de dudas…
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