El decálogo del jubilado
Si alguien me preguntara qué es un jubilado, le diría que es aquel que cada dos por tres pregunta la hora. Supongo que habrá sido instintivamente, pero desde el día y hora en que me jubilé, hace hoy exactamente diez días, no he vuelto a colgarme de la muñeca mi Casio F-91W de 15€, del que luego supe que era el modelo de reloj predilecto de los islamistas pro Bin Laden detenidos en España.
Si alguien me preguntara qué es un jubilado, le diría que es aquel que cada dos por tres pregunta la hora. Supongo que habrá sido instintivamente, pero desde el día y hora en que me jubilé, hace hoy exactamente diez días, no he vuelto a colgarme de la muñeca mi Casio F-91W de 15€, del que luego supe que era el modelo de reloj predilecto de los islamistas pro Bin Laden detenidos en España.
La libertad de disponer de la propia persona, para quien ha estado sujeto a un horario riguroso e implacable, es la segunda característica esencial del ser jubilado. La envidia de los colegas aún uncidos al yugo profesional, es la tercera. La cuarta sería el cartel de "disponible" que todos te cuelgan al cuello con la pasmosa facilidad del descarado uso interesado de la amistad o la familiaridad. La quinta, porque no hay quinto malo, es la comodidad de organizar el día en función de tus intereses básicos. La estampa tópica del jubilado al sol o del que fisga en las obras públicas queda bien para monólogos de jóvenes que no tienen ni puñetera idea de lo que es la vejez, ni gracia para contarla. La sexta razón de ser de un jubilado es cumplir con sus muchas obligaciones, que, según de quién se trate, acaban siendo más que las antiguas laborales, y hacerlo con la mejor voluntad posible y con la más espléndida de las sonrisas: preparar el desayuno, hacer tareas domésticas básicas, ir a la compra, preparar la comida, tender la ropa, hacer el lavavajillas, etc. La séptima tarea, herculina, del jubilado es no dejarse avasallar. La octava, heroica, es preservar la pensión de las fuerzas esquilmadoras que aún campan a sus anchas por "la casa okupada"... La novena, escasamente musical, hacerles ver a los demás que en modo alguno han de subir el tono de voz, que jubilado no quiere decir sordo, y que no han de hablar a voz en grito y hacer aspavientos como si uno se hubiera jubilado de la comunicación normal y corriente. La décima, en fin, es hacer comprender al universo mundo que "sus asuntos" no tienen el valor que los demás se empeñen en concederle, sino el que él les otorga: ¡vitales!, de ahí que, contra la perplejidad de los familiares, amigos y conocidos, jubilarse, para mí, signifique poder encerrarme con mis papeles y dedicarles las horas que el trabajo me robó. Y en eso ando, y disfrutando.
Y aunque el undécimo ha sido siempre "no molestar", en el caso del jubilado atento es no hablar de sus interminables y singulares dolencias físicas...
Y aunque el undécimo ha sido siempre "no molestar", en el caso del jubilado atento es no hablar de sus interminables y singulares dolencias físicas...
No hay comentarios:
Publicar un comentario