La pintura psicológica de una discípula ejemplar de Goya y Bacon: Lita Cabellut o el poder conmovedor de la delicadeza psicológica y el trazo magistral.
Descubrí a Lita Cabellut en un reportaje que le hicieron en El País, pero, por la suerte de feliz aislamiento en que vivo, no me enteré de que el Espai Volart exhibía una retrospectiva generosa de la artista hasta que mi buen amigo Josep me la comentó entre gigantescos signos de admiración. El otro día fui a ver cómo era con mi amigo Joaquín, para tener un primer contacto y ver si merecía la pena una visita detenida. La hice, con mi Conjunta, al día siguiente, provisto ya de los útiles de escritura donde intentar reflejar, con poca fortuna, las profundas impresiones que me causó el arte de esta pintora catalana universal. La vida personal de la artista nacida en Sariñena (Huesca) es un autentico drama social con final feliz, tras ser adoptada por una familia catalana que después se trasladó a Holanda, donde la artista se ha desarrollado plenamente, aunque su primera exposición la hizo en El Masnou. Sus duros orígenes están muy presentes en su obra, porque hay en ella una aproximación a lo que genéricamente podríamos llamar "la herida de vivir" que se aprecia en su tendencia a la deformación grotesca de los cuerpos, acentuada por el gigantismo del formato en el que ha escogido realizar su arte. Sorprende, además, en esas dimensiones que tanto se imponen al espectador, la maestría en el trazo, capaz de reflejar detalles psicológicos muy sutiles de los retratados, porque su especialidad es el ser humano contemplado desde todas las perspectivas imaginables, y sin excluir algunas composiciones en forma seriada, normalmente de cabezas, a menor escala. Así que se entra en la exposición, lo primero que sorprende es la estrecha relación que hay entre Bacon y ella, una relación que ni niega ni esconde, del mismo modo que es fácil identificar la de Goya o la de Lucien Freud, sin descartar esos segundos planos tan cercanos a Tàpies, por ejemplo. Lita Cabellut es una mujer de nuestro tiempo, lo que en ella significa una atención al arte y a la modernidad que tanto la lleva a dedicar una serie de cuadros a Frida Kahlo, a don Quijote a Sancho y a Dulcinea, como a figuras representativas de la modernidad: Coco Chanel, Camarón de la Isla, Freud, Einstein, etc.; que tanto explora la vigencia de los clásicos de la pintura flamenca, como el cuadro Justus Quellinus, entre Erasmo y Tomás Moro o la del barroco español, Velázquez y Las meninas, como, al mismo tiempo, es capaz de bucear en la pintura alegórica, como el magnífico cuadro dedicado al poder económico, El capitalista, cuyo representante aparece delante del reloj del clásico lema: "el tiempo es oro" Lo importante de esta exposición es la capacidad de la artista para sorprender al visitante, no solo por las dimensiones usuales de sus cuadro, sino, sobre todo, por su sentido de la composición, de la escenografía, y de la poderosa intensidad de todas las pinturas sin apenas excepciones. Supongo que podrá hablarse de "épocas" en su producción, porque hay un abismo entre la serie Disturbance, por ejemplo, y los cuadros que reciben al visitante, muy apegados aún al eco de Bacon, por ejemplo. A mí me han gustado más esos cuadros deformados en los que cuesta trabajo identificar la figura, porque, una vez identificada, la galería de emociones que es capaz de "fijar" la artista , como en Happy few, es de una penetración psicológica más que notable.
Defensora de las mujeres fuertes, pero sin ignorar sus fragilidades, la obra de Cabellut tiene en la mujer casi una suerte de icono, a juzgar por el mimo con que la lleva a sus lienzos. Acaso haya una suerte de idealización de "lo femenino", porque la expresión de Dulcinea, que vale tanto como un "Yo sí que sé quien soy, y no tú viejo botarate", que parece decirle al Caballero de la Triste Figura, a quien pinta más como Diógenes buscando un hombre que como ardiente defensor de las causas justas y leal amador.
En cualquier caso, lo que va más allá de los gustos es la maestría de la pintora en el uso del color, de la composición y en la sabiduría pictórica con la que logra no dejarnos indiferentes ante ningún cuadro suyo. Los vivísimos colores que prodiga Cabellut, con una predilección por el rojo muy vivo y por los blancos de albayalde en los que emergen rostros que van desde el escepticismo hasta la mirada interior o el desafío a los espectadores, como el de esa mirada enigmática y seductora de El secreto detrás del velo , una pintura, por cierto, en la que las mariposas del estampado del vestido parece que hayan emprendido el vuelo...
En fin, no quiero ponerme pesado, porque hablar de lo que no se ve es como tararear con mal oído La flauta mágica. Yo no quería perdérmela, y espero que otro tanto les ocurra a quienes lean estas líneas, si haylos.
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