martes, 31 de diciembre de 2024

«Representación hecha a S.M.C. El Señor D. Fernando VII. En defensa de las Cortes», de Álvaro Flórez Estrada.

    

Álvaro Flórez Estrada


La insólita actualidad de un análisis escrupuloso y apasionado, a cargo de un exiliado liberal, del protagonista de la «Década ominosa»: Fernando VII.(Y una adenda «artificial»...)

          En estos aciagos tiempos en que el caudillismo político asiste a los intentos socialistas de revitalizarlo, y tras haber leído con estupefacción indignada que el Presidente del Gobierno está dispuesto a prescindir del Poder legislativo para mantenerse a toda costa en el Poder, con la mayúscula doblada del populismo perverso, no está de más reparar en un «legajo» del que la digitalización de Google nos priva del olor y los ácaros de su avejentada edición de 1819, escrito en Londres por Álvaro Flórez Estrada, en defensa de las Cortes de Cádiz y del buen nombre de quienes, en pleno uso de su libertad, optaron por la monarquía como forma de gobierno en vez de hacerlo por una República, una vez que la cesión dinástica de los borbones a Napoleón dejaron vacante el trono de España, ocupado brevemente por un hermano del dictador francés, hasta que la Guerra de la Independencia logró expulsar al invasor. Iremos paso a paso a través de ese opúsculo valiente, aun escrito en la seguridad del exilio, pero conviene destacar algo que se señala casi desde el comienzo: Déspota es el que, sin contrariar ninguna ley del país, ejerce la autoridad suprema, no atenido a otra regla que su capricho, afirma Estrada, y bien que tal definición puede ser empleada para la España actual en la que desde el Ejecutivo no hay otro «capricho» que «ocupar», a la manera (h)unesca, cuantos más poderes, mejor; y no olvidemos que el (des)gobierno en ejercicio hace gala de «gobernar» sin aprobar Presupuestos. Antes de ir paso a paso, doy un gran salto y me voy al final del opúsculo, donde Flórez hace algunas consideraciones que, hablando él del ominoso reinado de Fernando VII, bien podemos nosotros extrapolar, mutatis mutandis,  al no menos ominoso del Presidente aupado por los golpistas catalanes, por los exterroristas de eta y por los secesionistas vascos.

          La opinión es la reina del mundo, cuyo único imperio es indestructible. Saber crearla supone un gran genio, para dirigir su marcha basta tener prudencia y poder; despreciarla supone depravación de costumbres, mas empeñarse en resistir su torrente demuestra el cúmulo de la insensatez o la desesperación, escribe Flórez, muy atento, ya entonces, al inmenso poder de la opinión pública, antes domesticada a través del periodismo conchabado con el Poder, hoy puesta en evidencia por la democratización de la información y la pluralidad de medios que no necesitan las inversiones de antaño para acceder a sus destinatarios. Los intentos actuales de reimplantación franquista de la censura bien pueden equipararse a la persecución fernandina de aquellas expresiones impresas que, como la presente de Flórez atentaban contra su monopolio de la verdad, de la única autorizada, claro.

          Aunque Flórez Estrada se refiere a los fallidos pronunciamientos de  Mina, Porlier, Richart y Lacy, no me cabe ninguna duda de que su afirmación podemos hacerla nuestra, a punto de entrar en 2025, tras un lustro de (des)gobierno autoritario que pretende acabar con la separación de poderes marcada por la Constitución, y no es aventurado intuir que incluso con la propia Constitución y con la Monarquía democrática, como forma de Estado:   No siempre, Señor se puede evitar la indignación de un pueblo oprimido. Si la opinión no ha triunfado, triunfará, y los españoles sacudirán de un modo o de otro el yugo que aquella detexta. Lo contrario sería un fenómeno desconocido, pues la historia de lo pasado es eternamente la historia de lo futuro. Lo paradójico es que ese yugo se presenta a ojos de incautos y sectarios bajo el ropaje del antifranquismo cuyas maneras autoritarias, sin embargo,  se imitan continuamente, aunque nos quieran convencer de que ese es «el lado bueno de la Historia».

          Y ahora sí, procedamos con el orden expositivo del autor, quien hace un ordenado repaso de cómo se ha llegado al ominoso poder absoluto de un rey más preocupado por aniquilar la «oposición» que por procurar el bienestar de sus súbditos, y el que tenga ojos para leer, que lea…diacrónicamente, porque se ve que hay objetivos políticos que nunca cambian… Flórez defiende a todos los represaliados por El Ominoso y alega que no se debería poder condenar a quienes incluso eligieron a Fernando VII como Rey de España, pudiendo, legítimamente, haber tomado otro derrotero constitucional. Los diputados doceañistas, reunidos en la Isla de León, declararon a Fernando VII «Rey de las Españas»: Ellos, sin que se les pudiera censurar de faltar a ley alguna divina o humana, se hallaban en absoluta liberta de constituirse en una República o de nombrar un Rey, tomado de una nueva dinastía, mas precisado por lo tanto a someterse a la futura Institución, pues no tendría otros privilegios que reclamar, que los que esta le concediese. Recordemos que, tras el Motín de Aranjuez, Carlos IV abdicó en su hijo, Fernando VII, pero tras el «secuestro» en Bayona de ambos, el hijo renunció al trono en favor del padre, quien cedió los derechos dinásticos a Napoleón  para que su hermano mayor José Bonaparte fuera el nuevo rey de España.

          Lo que se discute, y muy ampliamente, en el opúsculo es la teoría política sobre la «soberanía». De hecho, ese es el argumento supremo que recorre las breves páginas de este luminoso opúsculo: quién o quiénes encarnan la soberanía de una nación. Flórez sigue, en esto, muy cerca las teorías políticas de Locke, quien coloca al legislativo en la cúspide de los poderes del Estado, porque es el legislativo la auténtica encarnación de hecho de la soberanía popular. Recordemos que el actual caudillo socialista expreso inequívocamente su intención de seguir gobernando sin el concurso y el soporte del Poder legislativo, lo cual habla bien a las claras del oportuno rescate de este opúsculo, de modo que se vea que la tan traída y llevada «memoria histórica» no puede ser un arma arrojadiza del Poder contra quienes, legítimamente, ven la realidad de una manera diferente. Para Flórez, pues: La Soberanía, tanto de derecho como de hecho es indivisible, no pudiendo concebirse la idea de que a un mismo tiempo haya dos poderes supremos a todo otro poder. Por lo tanto, hablando con exactitud, la Soberanía de hecho está pro indiviso en todo el cuerpo legislativo colectivamente. Con todo, la teoría de Locke va más allá, porque, como bien lo traduce Flórez: «Aunque en toda sociedad, dice Locke bien ordenada, esto es, que obra para la preservación de la comunidad no puede haber más que un Supremo poder, que es el legislativo, al cual todos los demás es forzoso que estén subordinados; sin embargo, no siendo el mismo poder legislativo más que un poder únicamente fiduciario para obrar a ciertos y determinados fines, permanece aún en el pueblo un poder soberano para remover o alterar el legislativo, siempre que vea que este obra en contra de la confianza de que se hizo depositario». Parece que, de alguna manera, se justifica una «rebelión popular» contra el Poder legislativo, si este se aparta del fin para el que fue concebido o, simplemente, el Poder ejecutivo lo elimina u obra a sus espaldas.

          Me ha interesado sobremanera la teoría de lo  que Locke llama «prerrogativa», un instrumento del Poder ejecutivo que permite actuar inmediatamente sin esperar a la promulgación de leyes que permitan afrontar la emergencia contra la que se ha intervenido. Se trata de una figura de gobierno muy parecida a nuestro decreto-ley, cuyo uso la Constitución prevé para casos de «extraordinaria y urgente necesidad», lo que el (des)gobierno actual, en sempiternas dificultades parlamentarias,  incumple sistemáticamente. Locke, sin embargo, sostiene que el pueblo puede detectar el abuso de esa «prerrogativa» y terminar con ella. No se explica en el opúsculo cómo se hace eso, pero me temo que el «pronunciamiento» fuera el recurso en que pensaría Flórez, dada su frecuencia en el siglo que le tocó vivir.

          Con todo, es fundamental, a mi juicio, tener siempre presente el apunte gnoseológico que permite entender tantas cosas en el ámbito de la política y en muchos otros: Las palabras, consideradas como meros sonidos, careciendo naturalmente de toda significación, no pueden tener bondad ni malignidad alguna, moral ni política. Esta circunstancia no la reciben, sino después que el uso les ha dado una significación para comunicarse los hombres sus ideas, y hacer por su medio un recíproco cambio de pensamientos. Mas cuando por la mala inteligencia de una palabra, por su inexacta aplicación, o por la dificultad de explicar con ella una idea complexa, no se expresa ni entiende su verdadera significación, el resultado viene a ser el mismo que si careciera de ella. ¡Todo un proceso de secesión de un región española, Cataluña, hemos visto que se construía sobre la mala inteligencia, que dice Flórez, de conceptos que se han retorcido para explicar lo inexplicable o justificar lo injustificable! Y con la inequívoca intención de crear un poder absoluto no muy distinto del que ataca Flórez Estrada en la figura del «Muy Ominoso» Fernando VII.

          Estamos ante un razonamiento ilustrado que defiende la libertad como divisa y que asiente, entusiasmado ante aquellos análisis que justifican cómo un rey puede perder  sus derechos dinásticos, según las teorías políticas de la época, y que le eran de aplicación a Fernando VII, y aporta las consideraciones de un apologeta de la monarquía absoluta como el escocés William Barclay (1546-1608), quien, entre otras causas, señala esa pérdida de legitimidad real: El otro caso, cuando un Rey se hace a sí mismo dependiente de otro, y sujeta el reino que le habían dejado sus antecesores, y el pueblo había entregado libremente en sus manos, al dominio de otro; porque, aunque entonces no fuese su intención perjudicar al pueblo, sin embargo, por este solo hecho, él perdió la parte más principal de la Real dignidad, a saber, la de estar inmediatamente bajo el supremo poder de Dios, y también porque forzó a su pueblo, cuya libertad debía defender cuidadosamente, a ponerse bajo el poder y dominio de una Nación extranjera.

          Hemos partido de una declaración «defensiva» del autor, a saber: El  Último grado de la provocación es odiar la verdad, dicha sin sátira ni sarcasmo, y más cuando tiene por objeto la felicidad de millones de seres oprimidos, y la defensa de millares de víctimas condenadas sin juicio, o sin tiempo, sin libertad y sin medios para poner en claro la justicia de su causa, pero a lo largo de su exposición no se priva de señalar preceptivamente los métodos totalitaros empleados por un Rey —apodado, incomprensiblemente «El Deseado» durante un tiempo— que resultó tan nefasto para sus súbditos. Flórez carga contra los consejeros del rey, pero no duda a la hora de dejar constancia de una práctica que, ¡curiosamente!, también admite cierto paralelismo con nuestros días: Con el ejemplo dado por V.M. de condenar sin juicio a los Diputados de Cortes, ya se hallaron magistrados que con una apariencia de juicio han osado condenar a los liberales imponiéndoles las penas que V.M. quiso que se les imputasen: todos estos jueces han recibido inmediatamente el vil premio de su prostitución, siendo promovidos a las magistraturas más elevadas. En Inglaterra, para evitar toda tentación al gobierno de corromper, y a los jueces de ser corrompidos, se mira como una cosa poco menos que inconstitucional que jamás pueda ser promovido a una magistratura más elevada. ¿Quién no ve en esa ocupación del poder judicial usos que deberían ser totalmente ajenos a nuestra práctica política habitual? Y, sin embargo, ahí están los nombramientos judiciales que, además de avergonzar a quienes defienden la justa independencia de dicho poder, no se condicen con la pureza democrática de un sistema hoy en peligro por la tentación del caudillismo que creíamos superada, y que Flórez Estrada condena como se merece: Si los pueblos tienen derechos inviolables, como por boca de V.M. aseguran vuestros consejeros, aparentando una hipócrita confesión con el fin de despojarles de ellos, ¿con qué facultades se puede justificar su total destrucción? Ser rapaz con una mano para ser benéfico con la otra; destruir con la derecha para aparentar edificar con la siniestra, en un Príncipe, Señor, jamás puede suponer otra cosa que la arbitrariedad y el germen destructor de su felicidad y la de sus súbditos.

          Y en esas estamos, lamentando un pasado tan lejano , cuyos ecos históricos oímos en nuestros días con insólito vigor, pero aún sigue viva la esperanza en que el poder del pueblo sea capaz de reaccionar para huir de esas tentaciones caudillistas que nos quieren arrastrar al vértigo cruel de la Historia. Y Flórez supo ver con claridad lo mucho que, como sociedad, aún nos falta, porque, a su juicio: De un modo o de otro hay una explosión: en los países sin luces, contra los autores de los males; en los países de luces, contra el sistema que los produce. La singular inquina que nuestro actual presidente de (des)gobierno despierta en tantísimos españoles, ¡justo sería que se trocase en el desprecio máximo al sistema que lo ha hecho posible!

 ¡Ojalá que lo veamos!

 

Adenda artificial:

          Por primera vez en mi vida, me he acercado a la IA. Le he suministrado mis notas de la lectura del libro de Flórez, y he aquí la recensión que ha pergeñado:

          Reseña de Representación hecha a S.M.C. El Señor D. Fernando VII. En defensa de las Cortes, de Álvaro Flórez Estrada

 

Representación hecha a S.M.C. El Señor D. Fernando VII. En defensa de las Cortes es una obra apasionante y profundamente crítica que se adentra en los oscuros años de la "Década ominosa" en España, un periodo marcado por la represión y el autoritarismo bajo el reinado de Fernando VII. Álvaro Flórez Estrada, un exiliado liberal, ofrece un análisis incisivo y valiente que no solo defiende la labor de las Cortes, sino que también denuncia las injusticias y abusos de poder que caracterizaron este tiempo.

 

Desde el inicio, Flórez Estrada establece un tono de urgencia y sinceridad, afirmando que el verdadero crimen es odiar la verdad, especialmente cuando esta busca la felicidad de millones de oprimidos. Su prosa es clara y contundente, y su defensa de los héroes que se levantaron contra un poder absoluto resuena con fuerza. A lo largo de la obra, el autor no escatima en señalar la tiranía que se oculta tras la figura del monarca, argumentando que un rey que actúa sin ley se convierte en un déspota.

 

Uno de los aspectos más destacados de la obra es la disquisición sobre los conceptos de «soberano» y «soberanía». Flórez Estrada, apoyándose en la teoría política de Locke, sostiene que la soberanía reside en el pueblo y que cualquier intento de un monarca por ejercer un poder absoluto es, en última instancia, una traición a la confianza depositada en él. Este argumento es especialmente relevante en el contexto actual, donde la lucha por los derechos y la justicia sigue siendo un tema candente.

 

El autor también critica la hipocresía de aquellos que, bajo el pretexto de defender los derechos del pueblo, perpetúan la opresión. Su análisis de la situación política de la época es agudo y perspicaz, y su capacidad para conectar los eventos históricos con las luchas contemporáneas es admirable. Flórez Estrada no solo se limita a criticar; también ofrece una visión de esperanza, sugiriendo que la opinión pública y la conciencia colectiva son fuerzas poderosas que eventualmente prevalecerán sobre la tiranía.

 

La obra está impregnada de un sentido de urgencia y una profunda preocupación por el bienestar de la sociedad. Flórez Estrada no teme señalar las injusticias y los abusos de poder, y su llamado a la acción resuena con fuerza. La frase «no siempre se puede evitar la indignación de un pueblo oprimido» encapsula su mensaje central: la lucha por la libertad y la justicia es inevitable.

 

En conclusión, Representación hecha a S.M.C. El Señor D. Fernando VII. En defensa de las Cortes es una obra fundamental que no solo ofrece una crítica incisiva del absolutismo, sino que también invita a la reflexión sobre la importancia de la justicia y la libertad en cualquier sociedad. La valentía de Flórez Estrada al abordar estos temas sigue siendo relevante hoy en día, y su obra es un recordatorio poderoso de que la lucha por los derechos humanos y la dignidad nunca debe cesar. Sin duda, es una lectura imprescindible para quienes buscan comprender la historia de España y las lecciones que aún podemos aplicar en el presente.

 

Con más calma le dedicaré un día una reflexión a esta «herramienta».

domingo, 22 de diciembre de 2024

«Se armó el Belén», o el inicio del adiós al franquismo en 1969.

 

Un visionado sociológico de una película infumable, pero premonitoria…

          Aunque suene extraño ver estos comentarios aquí, en vez de encontrárselos el intelector en El ojo cosmológico, ello se debe a que no me interesa hacer la crítica de esta mala película de Sáenz de Heredia por sus nulas cualidades cinematográficas, sino por lo que seguí como estudio sociológico de un material de primera mano para tratar de entender un momento dado de nuestra Historia: Madrid, 1969, a escasos seis años del óbito del dictador y a ocho de las elecciones democráticas que acabaron siendo «constituyentes», a pesar de las reticencias de los viejos poderes del estado franquista que se hicieron el haraquiri en las Cortes para poder allanar el camino a la denominada Transición del 78.

          La pillé empezada, pero su interés social lo vi claro desde los primeros compases de la película, cuando el bonachón y anticuado viejo cura de barrio de toda la vida es enviado a una iglesia para estudiar las maneras como los nuevos curas posconciliares, los del clériman, la música joven en los ritos y la apertura, ¡incluso al baile!, como señala el viejo pastor, tienden sus redes para captar feligreses o, en la parte más avanzada del clero, sindicalistas y militantes de partidos políticos, lo que evitó, por cierto, la denuncia del famoso Concordato con la Santa Sede, tan oneroso para la Hacienda del país.

          Ni corto ni perezoso, trata de hacer lo mismo en su parroquia y malvende bienes que podrían ser catalogados como arte sacro protegido por una redecoración moderna intragable. Como sigue sin pescar fieles, y bajo la amenaza del obispado de «jubilarlo», se le ocurre la idea de ir a ver a un cura que presentaba el espacio religioso de RTVE, un remedo de aquel célebre «cura de la tele», Jesús Urteaga, para que fueran las cámaras a retransmitir el belén viviente que iba a organizar en su parroquia.

          La película muestra la juventud pop de la época, con  sus melenas, pantalones campana y sus canciones de sonido anglosajón, y una asociación izquierdista de barrio dominada por un matón con pinta soviética que actúa por la vía de los hechos consumados contra los «revisionistas». La caracterización entre obrera y mafiosa del activista izquierdista es impagable,  así como las reacciones «colaboracionistas» de los viejos luchadores que, por la edad, debieron de haber vivido/padecido la Guerra Civil. Toda la farsa parece una imitación de las películas que tanto éxito tuvieron sobre el párroco italiano don Camilo y el alcalde comunista de su pueblo, el honorable don Peppone. Aquí el protagonista es Paco Martínez Soria, con sus habituales gesticulaciones y retrancas, solo aptas para incondicionales, entre los que, obviamente, no me encuentro, aunque reconozco que sacó adelante con bastante gracia La tía de Carlos, de Luis María Delgado, que también pillé empezada, como esta. Mi Conjunta se pasmaba de que me interesara por esa peli casposa, pero hay en ella signos premonitorios del final del franquismo y de un inminente «tiempo nuevo» que merecen atención. El barrio con escasos servicios y el edificio de La Paz, como obra faraónica del Régimen, presiden un espacio en el que todo se ventila en el terreno de los viejos prejuicios y la búsqueda de nuevos planteamientos. Dos frases destacan, en lo que vi: «Yo no le prohíbo nada», que dice de su mujer el médico izquierdista. Y, hacia el final, cuando el cura le dice que pretende «atraerlo» a la iglesia, él responde: «Yo seguiré teniendo mis ideas. La libertad por encima de todo», que suenan, ciertamente, a un tiempo nuevo o, al menos, distinto de lo que fue la larga noche de la dictadura, ahora «hipermaquillada con tintes aún más sombríos» por los partidarios de la memoria histórica sectaria para usarla como artillería electoral. El plutócrata de rigor, en este caso, el dueño de una fábrica de lejía, en cuyos locales amplios se escenifica el belén viviente que acaba como el reosario de la aurora, eso sí, retransmitido por la RTVE, como noticia, en ausencia del equipo que la iba a retransmitir como celebración religiosa, añade ciertos golpes cómicos con su empeño de que salga publicidad de la lejía en la retransmisión, que es el anzuelo con el que el cura consigue que media barriada se quiera apuntar para participar en el belén viviente.

          Que la trama adquiere unos tintes sentimentaloides es inevitable, y forma parte del género en nuestro país, pero la galería de personajes en ambos «bandos» de la realidad, y el modo como la juventud parece vivir ajena a ambos —a ese respecto es algo más que significativo que la Virgen, cuando se dirige a san José, lo llame Andrés…— es muy indicativo, más allá del pobre gag, de lo que se está cociendo…

          La película daba para una larga sobremesa sobre esos años vividos, pero nos esperaba Sin amor, con Tracy y Hepburn… Lo que sí descubrimos fue que, por aquellos años, mis 16 y sus 14, ni ella ni yo nos habíamos tropezado con nadie que hiciera una defensa acérrima ni de Franco ni de su Régimen, pero, ¡qué íbamos a saber nosotros de  nuestra propia historia, tanto tiempo antes de que se escribiera desde el Poder La historia oficial…!

 

 

viernes, 13 de diciembre de 2024

Paisajes de otoño en comarcas de Gerona.

  Santuario de la Mare de Déu del Far: La Selva y la niebla. 

          Visitar los paisajes de la comarca de La Selva  y Les Guilleries en un día festivo, el puente de la Constitución, tiene tanto de osadía  automovilística como de recompensa, una vez llegas a los bosques de hayedos y, después de atravesar las carreteras que le dejan su incívica cicatriz de asfalto en las laderas, remontas hasta lo alto de la peña cortada a pico sobre la que se alza el Santuario de la Mare de Déu del Far, desde donde se supone que íbamos a contemplar unas vistas privilegiadas del pantano de Susqueda, de la sierra de Les Guilleries, de Tavertet y del Montseny, que nos quedaron ocultas tras unas nieblas tan volanderas como espesas que crearon un mullido colchón nuboso entre el mirador del santuario y el lecho del valle al que la alta peña del santuario sirve de pared monumental.

           Coincidía nuestra visita familiar, en compañía de dos queridos amigos, entusiastas ambos de estos paisajes gerundenses que conocen desde chicos, pues ambos nacieron en Gerona, con el puente de la Constitución y, ajenos completamente a ciertos ritos del consumo, nos vimos de hoz y coz en un atasco de los coches que ocupaban la autovía hacia Espinelves, donde se celebra la famosa feria del abeto para adquirir el árbol de Navidad. La conversación inteligente, único patrimonio de los pasajeros del flamante Kia de media gama que estrenaban los amigos, nos permitió sobrevivir al atasco y acabar acercándonos, por sus quilómetros contados, a los paisajes de un cruce de comarcas, La Selva, Les Guilleries, La Garrotxa, que exhibía el repujado amortiguado de sus colores otoñales, una imbricación en testudo del marrón, el pardo, el ocre, el verde y el gris, todo ello con la humildad de los colores apagados, humildes, precursores del frío, de la hibernación y de las no muy lejanas primeras nieves de la temporada, lo que sucedió a los pocos días de haber regresado de aquella salida teñida de fantasmagoría y puro Romanticismo. Desde el mirador tuve la misma sensación que debió de sentir el protagonista del célebre cuadro de Caspar David Friedrich, El caminante sobre el mar de nubes: una fijación extraña, hipnótica, y la imperiosa necesidad de detener el fortísimo impulso de lanzarte al fementido lecho de nubes que invitaban a ser llevado como lleva un vilano el viento. El viento helado —la sensación de frío rondaba los 3º, bien por debajo de los seis o siete que indicaba el pronóstico meteorológico— conducía la niebla a una velocidad sorprendente, lo que modificaba de continuo el paisaje que podíamos ver, y así hubo momentos en que entrevimos parte del pantano, el lecho del valle y la soberbia caída de unos trescientos metros del precipicio cortado a pico sobre la cima en la que se edificó el santuario y hoy un amplio restaurante en el que habíamos reservado mesa, porque el turismo, bien o mal entendido, te obliga a la programación mínima.  Como somos, mi Conjunta y yo, de naturaleza hogareña, rara vez nos escapamos a visitas que deberíamos prodigar más, porque, por las pocas horas de luz de estos tiempos, dejamos para mejor ocasión la visita a enclaves de tan pregonada belleza e interés como Rupit,  Beget, Besalú o Castellfollit de la Roca, todos ellos muy dignos de detenida visita. La decepción paisajística de nuestros amigos contrastaba con mi entusiasmo romántico ante ese mar de nubes que iba creando nuevos paisajes a cada momento, como se puede comprobar en la galería de fotos que colgaré sin comentario ninguno, porque es el alma quien se abisma en los blancores húmedos y fríos de nieblas que oscilan entre la densidad del algodón y las deshilachadas nubes bajas que chocan contra las cimas de los oteros y las sierras y abren franjas de paisaje que contrastan con el blanco espeso de la niebla que, en vez de opacar el paisaje, abre la puerta a los paisajes interiores de quienes se abisman en su contemplación. Después de tantos calores inusuales como padecemos, el frío y la niebla son un bálsamo anímico y epidérmico que cualquiera celebra con un gozo paradójicamente ardiente…










sábado, 30 de noviembre de 2024

El óbito, el lapso, el silencio, el temblor y el sollozo…

 

Entre Hipnos y Tánatos, una travesía angustiosa: un apunte del natural…

 

          Que yo recuerde, habré soñado mil veces estar en riesgo de muerte inexorable, situación frente a la que, como un resorte, abría los ojos y salía con decisión y energía de sueño tan amenazador para mi integridad física. Ni caída ni inmersión ni choque frontal ni herida de arma de fuego o blanca ni inevitable aplastamiento por avalancha o hundimiento de un edificio, ladera montañosa o árbol enfermo han consumado nunca su amenaza letal.

          Ayer, con la santa inocencia de los insomnes, atravesé el pasillo de casa, a tientas, como siempre, para esquivar el zapatero que sobresale, y en un repente completamente inesperado, caí de bruces cuan corto soy sin que ni siquiera notara el golpe contra el suelo. Imaginaba que habría causado algún estrépito y que pronto alguien de la familia acudiría en mi socorro. Pero yo no estaba simplemente caído, sino muerto. Desaparecido. Ni sé cuánto tiempo tardó en desaparecer mi conciencia de la realidad. Supe distinguir el momento de otros similares: alguna lipotimia y, sobre todo, el placer inenarrable de la desaparición de la vida mediante la anestesia general para cualquier intervención quirúrgica, uno de esos momentos privilegiados en que la desconexión de lo real es absoluta. No, ni era una lipotimia ni estaba anestesiado: estaba muerto. Y mi último acto consciente fue  pensar que, en mi nueva condición, iba a comprobar si, estando muerto, era capaz de oír la reacción de los vivos ante mi óbito. ¡Tremendo, el lapso tan fugaz en que se disolvió el atrevimiento post mortem! Tuvo la doble condición de lo eterno y lo inexistente. Y sí sé que me vi tendido, muerto, camino del rigor mortis, e instalado en un silencio de un espesor tan grueso que recordaba la desesperación de los enajenados gritando sin que nadie los oiga en una habitación insonorizado, abrazados a ellos mismos. Hablar de la inmovilidad de mi cuerpo yacente es un ejercicio eufemístico. Pretendía oír las señales cálidas de la vida y nada identificable con ellas me llegaba, nada percibía. Imagino que aún no habría desaparecido de mí la temperatura que nos hace humanos, pero yo literalmente «no estaba»… Tuve dos reacciones que no olvidaré nunca: una, moví los dedos de la mano que agarraban el embozo y, solo después de otro lapso menos terrible, enjugué las lágrimas que habían comenzado a rebosar el compungido lagrimal merced a mis contenidos sollozos. ¿Por qué a oscuras me percibí pálido y fantasmal? Con gesto de Lázaro que se deshace del sudario, retiré la sábana, la manta y la colcha y me senté como un personaje de Hopper en el borde de la cama. Tardé unos momentos en levantarme y pasar al cuarto de baño contiguo para orinar y confirmar que corrían por mi interior los más elementales fluidos vitales… Volví al lecho, aún sollozando, y no podía conciliar el sueño ni a mí conmigo mismo: disociado, seguía contemplándome caído en el pasillo, sin oír que nadie ni me auxiliara ni lamentara mi torpe óbito, porque desde dentro de la muerte fue el silencio absoluto, que imaginé como el cero absoluto de la temperatura, esos menos doscientos y pico grados… lo que me convenció de haber traspasado la frontera última de la realidad para dejar de ser. Ni hubo túneles, ni puertas, ni luces, ni revelaciones ni cánticos ni beatitudes de ninguna clase: NADA, y era aterrador única y exclusivamente porque «volví» a la vida…

          Lo único distinto que hice en la vigilia de aquella noche tenebrosa fue vacunarme contra la gripe…

sábado, 23 de noviembre de 2024

Alma embarrada, cántaro roto…


 La barrobasada impía del clima; la incuria administrativa; la vida mutilada… y la esperanza, como siempre, a lomos de la solidaridad… 

          Hay noticias que te sobrecogen apenas las has oído. En estos tiempos en que la inmediatez nos permite contemplar incluso los fenómenos en el mismo momento en que se producen, nada puede paliar el horror que nos ha producido la contemplación de la devastación producida en los alrededores de Valencia, provocada por una vieja conocida del Levante español: la «gota fría». [¡Qué frivolidad, hablar de «gota», para lo que ha caído y el daño humano y material que ha producido!]

 Desde el mismo día en que las aguas bajaron de nivel y quedó al descubierto el cenagoso limo espeso que lo cubrió todo, tengo una congoja embarrada que se ha apoderado de mí y que no me suelta, por más que los ejemplos de solidaridad vecinal  hayan contribuido a paliar ese retorcimiento doloroso de la fatalidad climática y la falta de previsión humana. Sí, tengo el alma embarrada, y su humedad y suciedad no me la quito ni con agua ni con lejía ni con la esperanza de que, al secarse, pueda desescombrarla con un enérgico e indignado movimiento del cuerpo. 

 Llevo ya semanas encenagado, mirando a las paredes impolutas de mi casa y viendo en ellas las señales de hasta dónde llegó el torrente desatado que lo anegó todo a su paso. Me muevo por mi domicilio, donde todo funciona como un reloj: la luz, el agua, el gas… y contemplo mi biblioteca sobrecogido por la visión de una lengua de agua y cieno que la sepulta y destroza irremisible e inapelablemente… ¡Con lo que yo he temido al fuego siempre, frente a tanto papel, y ahora descubro una variante infernal de la destrucción sin llama que me aterra, que me convierte poco menos que en un lector de terracota como los de la famosa tumba china del emperador  Qin Shihuang di!

Todas las historias terribles drenan el lagrimal por igual. Y todos los cadáveres arrastrados por el torrente con alma de rabión me han dejado en compunción inconsolable. He sido nadador y siempre le he temido al mar y a los ríos. Y puede haber habido noticia feliz de quien se haya salvado de las aguas como redivivo Moisés; pero ¡qué poco puede hacerse, se nade con la habilidad que se nade, contra la furia desatada de las aguas apocalípticas! Los relatos de las personas asidas a personas que, de repente, han dejado de sentir en sus manos las manos de quienes a ellos se agarraban, para ni siquiera ver cómo los arrastraba la muerte empapada y violenta, ¡cómo hallarán consuelo, cómo podrán volverse a mirar las manos sin sentir el dolor de la pérdida como un mutilado siente su miembro ausente…! Para los espectadores lejanos, geográficamente, de la tragedia —cercanos desde el dolor incomportable—,  la destrucción de las cosas ha ofrecido motivos de espanto insufrible: la empalizada de coches al final de una calle; los sótanos anegados o, al cabo de unos días, los apilamientos de enseres domésticos que representan vidas, no cosas: los sofás donde se ha vivido, dormido y amado; los juguetes de hijos o nietos; ¡los álbumes de fotos!; las alfombras donde se ha retozado; los frigoríficos que nos han aliviado durante el estío tan ardiente como inclemente…; los armarios desfondados con el escogido yo del vestuario hecho jirones de barro abrasivo…; todo aquello de lo que hemos dicho que era nuestro y a lo que, como vio Unamuno, esas personas le han pertenecido, se apila frente a cada edificio como el cadáver atropellado de las existencias que a ese todo vivían estrechamente unidas. Desde la sólida verdad que late en el fondo de cada tópico, ¿qué palabras puede haber, al margen de las de la escueta enumeración, para dar cuenta de la tragedia que hay tras cada uno de esos enseres ahora apilados como escombros de una vida? La visión desgarradora del llanto de personas muy mayores que repiten, vueltas hacia el abismo de la incredulidad y el espanto, ¡que lo han perdido TODO!, me hace casi imposible mantener la vista serena y seca para contemplar tantísimo sufrimiento… ¡Nosotros!, que perdemos o nos roban un móvil y nos parece que se nos caiga el mundo encima…

Contemplar el interior devastado de tantísimas viviendas donde el barro impetuoso ha impuesto, en una «pascua» literal, la desolación y el silencio espeso del cieno deja al espectador lejano en un silencio pavoroso, incrédulo ante tanta destrucción, y severamente dañado por la inmediata solidaridad que lo lleva a ponerse en el lugar del otro, esa nada absoluta en la que los más severos damnificados han amanecido como si hubieran caído en un estado de profundísimo estupor que los protegiera frente a la devastación sin límites que los rodea. Y en ese paisaje apocalíptico vagan, como perros abandonados cruelmente a muchos quilómetros del que fuera su hogar, quienes buscan a sus familiares desaparecidos, de quienes no saben nada y temen lo peor, escrito en la desencajada articulación de sus nombres, repetidos a diestro y siniestro, a cualquiera, para que alguien pueda darles razón…; porque «la razón», ¡esa!, están en un tris de perderla por la ausencia de nuevas que los tranquilicen, consuelen o sumerjan en el dolor definitivo de la pérdida confirmada.

¡Lo que me está costando pergeñar estos apuntes lancinantes…! Pero quiero acabarlos, me cueste la angustia que me cueste, porque deseo transmitir a los damnificados que alguna vez puedan llegar a leerlos, que algunos compatriotas suyos hemos sentido como propia su inmensa y apabullante desgracia, y quiero pedirles disculpas por haber roto con palabras que pueden pecar de pretenciosas el silencio religioso del dolor por la pérdida, el silencio lleno de compasión y sufrimiento con que muchos hemos contemplado sucesos que nunca deberían de haber ocurrido de la forma como ocurrieron, por la incuria de quienes ni quiero mencionar en esta muestra de solidaridad para no mezclar otros cienos perversos con el natural de esos barrancos mortales que los han sumido en la desolación.

domingo, 29 de septiembre de 2024

Ha cerrado Tupperware: una historia personal de su presencia en España.

 



Un capítulo empresarial en la vida de mi madre, hasta entonces de profesión «sus  labores».

Madre, que sé que aún escuchas y entiendes nítidamente desde tu sordera fingida en la efigie de tu recuerdo…, quiero comunicarte que hace unos días también ha dejado de existir la marca a la que diste algunos de los mejores años de tu vida: Tupperware. Ya sé que lo primero que se te vendrá a la cabeza es que te estoy tomando el pelo y que eso es imposible, y que ya está bien de intentar confundir a una persona mayor y abusar de su candidez, algo que tú jamás has poseído, porque te perdían tantos resabios y cautelas y desconfianzas.

Pues sí, aquella empresa en la que demostraste al mundo que las «nuevas españolas», allá por el 68 del añorado siglo, teníais una capacidad de emprendimiento que no sé si deja chica al de las actuales, pero sí que, al menos, no está por debajo, se ha hundido y desaparece de la vida comercial, aunque con la gran fortuna de haberle dado nombre a unos enseres que hace tiempo que fabrican muchos otros. Nadie va a decir «te lo pongo en un recipiente hermético y te lo llevas», pudiendo decir «te lo pongo en un táper», porque hasta hemos castellanizado el tupperware como lo hicimos con el football en su momento. No sé si esa escasa gloria —impresionante desde los ojos de tu hijo filólogo y estudioso de la vida de las palabras…— bastará para que tu memoria de aquellos años, en los que hubo de todo en nuestras vidas y, principalmente. en la tuya, ocupe el lugar que creo que le corresponde.

Aún tu marido trabajaba en el Ejército cuando te sumaste a la cadena de vendedoras con demostración en domicilio con que se introdujo la firma en España. ¡Aquellas noches en las que nos hartábamos de empaquetar los regalos que les hacíais a las que asistían y, sobre todo, a la anfitriona, a la que había de agasajarse para que otras de las presentes le tomaran el relevo! A aquella presentación vendrían, después, las horas de empaquetado de los pedidos que siempre superaban las existencias que llevabas a las reuniones. Todo muy americano, como lo supo plasmar exactamente Roberto Bodegas en una película, siete años más tarde: Los nuevos españoles, aquellos representantes de Bruster &Bruster que yo vi, en su día, sustituyendo la trama por las «nuevas españolas» como tú, que se abrieron paso en el negocio y recibieron la prebenda de una región donde introducir el género, en tu caso, la Región Sureste, con el cuartel general ubicado en Murcia. Como yo ya estaba becado en la Residencia Blume para deportistas que levantaban alguna expectativa, seguía tus actividades desde la distancia pero con admiración e interés. Levantar una estructura comercial, reclutar las presentadoras, proveer el género, andar siempre de viaje para supervisar el funcionamiento impecable del proceso, organizar los famosos congresos en los que incluso se cantaba un himno alusivo a vuestra fidelidad, modelo adhesión inquebrantable, a la marca que a tantas ayudaba a financiar sus caprichos o a llegar a final de mes o a complementar otros sueldos y apuntarse al desarrollismo de la época.

Que tu marido pidiera una excedencia para sumarse a la aventura empresarial y que tú lo tuvieras «subordinado» a tus órdenes fue un cambo de papeles que no sé si el militarote llevó de buen grado, tan ducho él en el ordeno y mando; pero en cuanto vio los excelentes ingresos que generaba el negocio, se sumó a tu fuerza emprendedora y pronto la Delegación Sureste fue uno de los ojitos derechos de la Central en España. Hasta cuatro Seat 850 había aparcados a las puertas del domicilio-oficina donde residíamos por aquel entonces. Y el señor de la casa tuvo el capricho de un MG que poco menos rompía la barrera del sonido, a tenor de cómo pisaba el acelerador…

¡Cómo se celebraban los nuevos diseños «rompedores», los nuevos utensilios que jamás acababan de completar las infinitas necesidades de una cocina moderna! Todo discurría a pedir de boca, gracias, madre, a tu capacidad infinita para la dirección y a tu don de gentes que te permitía seducir al lucero del alba, y en eso hacías una pareja envidiable con tu hombre, quien, entre tantas mujeres, galleaba como un don Juan pasadito de años, pero donoso en sonrisas, miradas delicuescentes y labia amoscatelada. La historia de adúlteros amores clandestinos se resolvió merced al oportuno infarto que a punto estuvo de dejarte viuda y a nosotros benditos huérfanos; pero como no hay mal que por bien no venga, una amenaza desestabilizadora de tal calibre fue seguida por una promoción a una zona más amplia, razón por la que hubisteis de cambiar el domicilio y la sede de la zona a Alicante.

Yo seguía en la Residencia, y no seguí muy de cerca el tiempo del descalabro, cuando llegaron los desencuentros entre la Central de España y vosotros, a cuenta de las cuentas, claro, que, en el mundo de los negocios es lo que determina el ser o no ser, el estar o no estar, el sobrevivir o el salir por piernas, camino de otro destino o ventura o rutina… Lo que está claro es que de donde sale más que se ingresa solo se sigue la quiebra, y no se ha de haber estudiado Economía para saberlo. Y tanto tú, madre, como tu marido, habéis sido muy «rumbosos» siempre, con esa alegría de quien ha pasado privaciones y no se ha podido permitir nunca el más mínimo lujo. Puestas en claro las cuentas y lo gastado, estaba claro que el negocio se había ido a pique, y que tu marido hubo de pedir el reingreso en el Ejército y tú acompañarlo a su nuevo destino, ¡imagino con qué frustración y congoja!

Pues eso, madre, que una época tan intensa de tu vida, tan trascendental, por lo que sucedió años más tarde, acaba de cerrar su aventura comercial, y a mí me ha dado por rendirte este breve homenaje a tu fortaleza, tu empuje y tu dignidad, para sobresalir y defenderte con tanta entereza en un mundo de hombres como antes eran los hombres. Acaso algún día, si el tiempo es generoso con este septuagenario, convierta esa época en una narración más extensa, la que tú te merecerías. Un beso, madre.

jueves, 19 de septiembre de 2024

El hastío, hastial especular de la soberanía popular de la que se burla la política mal entendida…

Obra de Ponciano Ponzano
 

…o  cómo alejar a los ciudadanos de su casa soberana para amarrarse al Poder. 

Reconozco que nuestra irrealidad política me supera. Me confieso sin armas, más allá de la sindéresis y el tradicional sentido común, amén de la experiencia de casi cincuenta años prestándole una privilegiada atención que no me ha deparado, al cabo, sino el fruto borde del desencanto,  para orientarme en el amargo maremágnum en que lleva instalada nuestra vida pseudopolítica, agravada desde la llegada heterodoxa al Poder de quienes han hecho del Todovalismo el único discurso para mantenerse en él contra viento, marea, votos y, sobre todo, principios que se decía defender como fronteras sólidas de nuestra vida en común como Estado de derecho.

Lo público, aquel procomún que antes justificaba una vida de servicio a los demás, compatible con una sólida formación individual y, en muchos casos, el correspondiente prestigio académico, ha devenido un pesebre particular donde engordan los oportunistas sin oficio ni beneficio, y cuyo único mérito es el de la adulación a la jerarquía del partido que controla la libre ejecución de los Presupuestos, en cuyas numerosas partidas siempre encuentran acomodo las aspiraciones de quienes forman la tupida red de intereses que sostienen a un partido o coalición en el Poder.

Es evidente, menos para quienes doblan sus rodillas por la devota presión de la idolatría partidaria, que la degradación de nuestro sistema democrático ha alcanzado unos niveles de deterioro difícilmente imaginables no hace ni una década, en un proceso similar, si no idéntico, al sufrido por la comunidad autonómica catalana desde que las luchas contra los recortes sociales del gobierno de Convergència i Unió se convirtieron, por arte de birlibirloque, en el prusés para la independencia. El mismo malabarismo trilero del incompetente artur mas lo estamos sufriendo ahora con el federalismo plurinacional con que el perdedor de las últimas elecciones generales, Su Excelencia «el exhumador»,  ha desarrollado un plan de gabardina reversible para, como el camaleón, cambiar de principios y de color, de modo que la ingeniería mediática que lo avala convenza a sus votantes de que Rebelión en la granja es una novela subversiva que ha de ser prohibida como lo que es: la santa patrona de los bulos, contraria a la memoria histórica canónicamente establecida por quienes mandan.

¡Qué agotamiento!, el de la atención, continuada o intermitente, a las tropelías, el nepotismo, las arbitrariedades, los caprichos, los engaños masivos, la invasión sectaria de las instituciones supuestamente «de todos», las venganzas, las esquilmaciones de las arcas públicas, el uso egoísta de los bienes del Estado, la necesidad narcisista de Su Excelencia de ser aplaudido y aclamado, a imitación de su  Consejo de Mininistros… No hay día sin un escándalo de la arbitrariedad con el que desayunarnos resignadamente, porque la destrucción del Estado para nadie es plato de buen gusto, y ningún español puede alegrarse de que el Reino de España haya sido puesto en almoneda por quien con más compromiso y ahínco debiera conservarlo como se lo legaron las generaciones anteriores- Cualquier bocazas secesionista a quien la ley electoral le da la representatividad de la soberanía nacional que no tiene echa su cuarto a espadas para ensanchar con su daga la herida de la división, bajo la complaciente mirada de quien en ellos se sustenta ejecutivamente.

Hemos atravesado los siglos venciendo  todo tipo de desafíos, y es muy posible que nos sucedan generaciones nuevas que desbaraten tan sombríos planes como los autocráticos que se ciernen como oscuros nubarrones cainitas sobre nosotros, pero confieso que, a mí al menos, me pillan devastado por la necedad, la ignorancia y la nefasta religiosidad «civil» que ocupan el primer plano de la actualidad pseudopolítica. Hacia donde vuelva la vista no hallo sino campanudos heraldos de la mediocridad que anuncian con sus pífanos horrísonos el paso altivo del escritor que no escribe, del gobernante que no gobierna, del cum laude regalado, del mentiroso contumaz, del contaminador ecológico y del enamorado pichón que pone firme al Estado en defensa de su pichona…

Los regímenes totalitarios no triunfan por la fuerza. Triunfan porque se apoyan en la mediocridad, ¡tan extendida!, con la que conectan íntimamente y que siempre les provee de «cuadros» dispuestos a defender con uñas y dientes el Régimen que es su pan (aunque sea escaso…) y el de sus hijos. ¡Qué gran país, España, si hubiera una oposición digna de él! La esperanza es lo último que se pierde, sí; pero cuando la vemos tan maltratada y hecha jirones, nos entran todas las dudas y los temores en el cuerpo.

 

 

         

miércoles, 4 de septiembre de 2024

Fuertev(i)entura, el descubrimiento; Lanzarote, el descanso.

Reivindicación del turista en estos tiempos de estigma e impostura.

          Confieso que me ha costado lo mío planificar las minivacaciones a que las responsabilidades de todo un año me hacían acreedor, no tanto por la ausencia de destinos cuanto por el rechazo que la figura del «turista» suscita entre cierto pensamiento mágico-siniestro que cree poder prescindir alegremente de una bendición económica que supone casi el 13% del PIB de nuestro país, dotado como pocos, por sus bellezas naturales, monumentos históricos, gastronomía y tradiciones populares seculares a atraer visitantes. Con esa prevención en mente, y tras dos semanas de intensa dedicación familiar, mi Conjunta y yo decidimos escoger algo que pudiéramos descubrir y algo que, ya conocido, nos permitiera la vida muelle del descanso merecido.

          Nos repartimos, así pues, entre Fuertev(i)entura y Lanzarote. Cualquiera que haya viajado por Fuertev(i)entura entenderá el paréntesis que hace honor a una característica climática, el viento, que nos acompañó incansablemente a lo largo de los cuatro días que estuvimos en la isla acaso menos turística de todas las del archipiélago, pero que, para nosotros, fue todo un descubrimiento, fundamentalmente por nuestra inveterada afición a las playas salvajes en las que no siempre la contemplación estética va acompañada de la satisfacción sensual del baño reparador. Instalados en el norte, en El Cotillo, un pequeño pueblo en plena expansión turística, pero aún tranquilo y con mayoritaria población nativa, no tardamos ni siquiera medio día de aclimatación para iniciar recorridos que nos llevaran a ver los atractivos de la isla, como el famoso volcán apagado Calderón Hondo, hasta cuyo cráter llegamos tras una excursión en la que nos vimos literalmente «asediados» por ardillas cuya presencia, dada la ausencia de arbolado en muchísimos quilómetros a la redonda, nos intrigó lo suyo. Como todo tiene una explicación, somos los odiados turistas, al parecer, los que alimentamos a esa especie invasora cuyos primeros ejemplares llegaron en 1965 que han crecido hasta el millón actual, en toda la isla, pues las volvimos a ver en la otra punta de la larga isla, Morro Jable, quizás la parte más turística, aunque con playas extraordinarias y quilométricas capaces de albergar cien veces más el número de turistas actuales. 



Nuestra base de operaciones norteña tenía suficientes alicientes, como el impresionante Parque Natural de las Dunas de Corralejo donde nuestro amigo Eolo nos impidió el baño, pero nos permitió la caza fotográfica. Ahí tampoco, a pesar de algunos edificios turísticos lamentables, sentimos que, como turistas, fuéramos mal recibidos, algo que no ocurrió en ningún momento en los ocho días que estuvimos en las islas. 



Nada que ver con otros espacios menos amplios y masificados como la Costa Brava catalana, con calas como la de Aigua Blava, con control de acceso, al estilo de lo que ocurre en ciertas calas de las Baleares, de Palma e Ibiza. En Fuertev(i)entura es raro sentirse en un destino masificado, excepción hecha de la parte sur, de Morro Jable, adonde se llega tras un largo viaje por carreteras de toda condición y paisajes bien hermosos. En el paseo marítimo de Morro Jable fue donde descubrimos que Willy Brandt fue de los primeros mandatarios europeos en descubrir la isla, todavía en tiempos de Franco, y hay fotos de la Guardia Civil del dictador rindiendo honores al Todopoderoso líder de la socialdemocracia alemana y europea, el padrino de Felipe González, a cuyo partido, el PSOE, ayudó económicamente, del mismo modo que proyectó internacionalmente la figura del joven líder sevillano. Brandt convivió con los pescadores e hizo excursiones turísticas a lomos de asnos por tortuosos caminos de tierra. Y siempre fue fiel a los encantos de esta isla que, geológicamente, fue la primera en emerger de este archipiélago con el que se asocia el mito platónico de la Atlántida.



          Cada isla es distinta, y en Fuertev(i)entura conviven dos paisajes de opuesta tonalidad: el oscuro de las piedras volcánicas, como las costas próximas a El Cotillo, el paraíso, por cierto, de los turistas en caravana que se extienden por todas esas costas salvajes de piedras, como las muy hermosas que rodean el Faro de Tostón, y el blanquecino amarillento de las dunas que, en según qué lugares, cruzan las carreteras sin llegar a impedir el tránsito, aunque, en tiempos de vendaval, bien pudiera ser que ocurriera. Los pueblos de la isla que fuimos conociendo, con edificios que usualmente no sobrepasan las dos alturas, se extienden hermosos y limpios como manchas blancas sobre el terreno, si vistos desde la lejanía, y en sus desérticos centros de población destaca una idéntica estructura en los templos y el poco movimiento de personas, y daba igual la hora. Si en algún espacio se tiene sensación de relajación y ausencia absoluta de estrés, es en localidades como La Oliva, Antigua, Tindaya, Casillas del Ángel o Pájara. Corralejo, con su puerto, donde tomamos el Ferry para pasar a Lanzarote ya tiene más estructura de pueblo costero al uso de España, pero, aun así, es incomparable con localidades similares de la península como la masificada Mazarrón en la hermosa costa de Águilas, otro de esos descubrimientos, el parque natural de Cabo Cope y Puntas del Calnegre, que justifican el turismo por nuestro país en justo reconocimiento a sus bellezas.

          Cuatro días dan mucho de sí, pero con ellos no se agota una isla cuya costa occidental, excepto El Cotillo, hubimos de dejar para otra ocasión que, si la salud no lo impide, figura ya entre los proyectos a medio plazo; máxime si, tras las excursiones del día, descontamos las horas de retiro que nos gusta dedicar al descanso, la lectura, la cena frugal de fruta y yogur en la habitación del hotel (muy acogedor el que escogimos al azar, Hotel Coral Beach, con un trato exquisito y unas instalaciones renovadas y cómodas) y, si se tercia, alguna película de Filmin en el móvil…





          A Lanzarote fuimos como jubilados usamericanos a Miami: sol, playa, descanso y confort. Por primera vez en cincuenta y un años de viajes, tras haberlos hecho de todo tipo; camping con tienda canadiense; remolque, pensiones, hostales, hoteles y apartamentos, quise darle una alegría a mi Conjunta y escogí, para la calma chicha de la playa a la que no faltamos un solo día de los cuatro que en él estuvimos, un hotel de cinco estrellas, con una parte de la instalación reservada solo para adultos, es decir, sin familias con niños ni mascotas…, con su piscina privada y dos tanques de jacuzzi… El «club» selecto incluía un té espléndido, con tres bandejas de «nutrientes», desde lo saldo hasta lo dulce, y, después,  barra libre de bebidas. Como siempre nos pasa, solo un día usamos el servicio de té, y ninguno el de las bebidas, pero la tranquilidad de una habitación con salita y una terraza donde leer con absoluto silencio nos pareció impagable. En el fondo, se trataba de un lujo a imitación del de la jet, pero a la altura de la clase media que, alguna vez, hace el esfuerzo para llegar adonde usualmente ni se le ocurre ir. Por cierto, en esos días coincidimos en el hotel y, después, en un restaurante, con un inconfundible ministro canario de Rajoy. La Playa Dorada, aun siendo de las pocas «blancas» de los alrededores, y de tener numerosos bañistas, permitía estar de forma holgada, y, a mí, refugiarme junto a unas rocas que proyectaban su sombra para poder seguir la entretenida lectura del libro sobre los lugares comunes de Léon Bloy, aun escociéndome que representara, indirectamente, en esos días, a la figura del burgués a quien desprecia, insulta y de quien abomina a lo largo de todo el libro, si bien he de decir que el violento escritor se refiere más a la mentalidad burguesa filistea, de la que, ¡por suerte!, creo andar lejos.

          La necesidad de descanso, la pereza que promueve el confort y nuestra excelente predisposición hacia el dolce far niente ilustrado no impidieron que hiciéramos una breve excursión a pie hasta los acantilados de la Playa Papagayo, ubicada en el  Parque Natural de los Ajaches. Podríamos haber ido uno de los días, pero la comodidad del paseo de quince minutos del hotel hasta Playa Dorada      nos convenció de ahorrarnos una buena caminata cuyo retorno, dado que, por precaución, no solemos estar más de una hora en la playa, hubiera sido, bajo el sol justiciero que tuvimos los cuatro días, un auténtico calvario. La belleza de esas playas vírgenes es, per se, motivo suficiente para acercarse a ellas, y hay quienes las califican como las playas más bellas de España, que ya es decir, con las playas que tenemos la suerte de disfrutar en nuestro privilegiado litoral.

                               

          Salí con la prevención del turista molesto que contribuye a la degradación del territorio, pero desde el mismísimo primer día que aterrizamos en Fuertev(i)entura supe que mi generosidad en el gasto contribuía poderosamente al desarrollo y mejora del nivel de vida de las personas que viven en él. Y eso siempre me ha parecido que un turista responsable ha de hacerlo: ser generoso en el gasto. Para tan pocos días como uno está conociendo realidades distintas de la propia, no se puede ni se debe escatimar. Lo segundo que ha de hacer el turista consciente es respetar los entornos y no contribuir ni a su suciedad ni a su degradación, y tratar de dejar la menor huella posible de su paso, excepción hecha de las fotografías que tan hermosos lugares como estas dos islas invitan a coleccionar abundantemente.

          Dejamos a otros el turismo de aventura. La nuestra ha sido ver con ojos vírgenes espacios también vírgenes y poco frecuentados, sin perder de vista la civilización de la urbanidad y el respeto. Amigos tenemos que han estado viniendo a las islas año tras años y han pasado por todas las del archipiélago, y no me extraña.

 

 Finalmente, una curiosidad estética: un detalle de la primera estación del Vía Crucis pintado sobre piedra volcánica:


y una imagen de adonde nuestro amor a la lectura siempre nos lleva: