Tercera entrega infatigable...
*¿Seremos capaces
de reencontrar confianza en nuestras ideas? ¿Seremos
capaces de rehacer **lazos
de confianza con la ciudadanía? ***¿Seremos otra vez capaces de cambiar de futuro? La
izquierda, junto con otros, ha conseguido históricamente avances muy
importantes: el reconocimiento de derechos de ciudadanía, primero, y de
derechos sociales, después, la consolidación de sistemas democráticos, la
extensión de derechos y libertades, la construcción de sistemas de bienestar,
el establecimiento de instituciones europeas e internacionales capaces de
superar guerras e impulsar dinámicas de
cooperación entre Estados y pueblos. Pero hoy constatamos, nuevamente, que los
avances conseguidos no tienen por qué ser definitivos, y que asegurarlos en el
presente y consolidarlos en el futuro requiere de una voluntad reformadora
capaz de vertebrar mayorías sociales y políticas a nivel local, nacional,
estatal, europeo y global. Y tenemos que reconocer que ****hoy no parecemos capaces de
luchar contra la crisis y dar una respuesta coherente con nuestros principios
de igualdad y justicia social.
*Así planteado, más parece una cuestión terapéutica que
política. No excluyo que ésta lleve a la necesidad de aquélla, pero en un
congreso político está fuera de lugar esta perspectiva psicoterapéutica. La
confianza está estrechamente asociada a las convicciones, no a las ideas. Ahora
bien, lo propio de la izquierda es someter a debate todas las convicciones e
incluso acabar con ellas y generar otras. De eso es de lo que se ha de hablar
en el futuro congreso.
** La expresión “lazos de confianza con la ciudadanía” usa
una palabra “lazos” que ignoro si se ha escogido deliberadamente, pero, de ser
así, peca de una vaguedad que le impide conectar de forma sólida y asertiva con
los posibles votantes. Se ha de buscar “compromisos” con la ciudadanía, no
lazos que (es lo propio de ellos) se desatan con tanta facilidad como se
anudan. Los “compromisos” son otro cantar. No está de moda comprometerse ni
mantener la palabra dada, pero me parecen valores que han de figurar en el
ideario socialista de manera indeleble. Esos compromisos unidos a una ética
firme que anteponga el bien común a los intereses del partido es el mejor aval
para buscar la complicidad de la ciudadanía.
Por ello la izquierda
pierde el apoyo de la clase trabajadora tradicional y de las clases populares,
desencantadas por una política económica y fiscal incapaz de defender sus
intereses. Y también pierde la confianza de parte de la clase media, que
considera que contribuye a unos servicios públicos que utilizan básicamente
otros, y que no se siente identificada con un discurso socialista que cree anclado
en el pasado.
***Me sorprende la expresión “cambiar de futuro”, cuando lo propio hubiera sido “cambiar el futuro”. La primera da a entender que
se disponen de varios futuros previstos
y que, fracasado uno, se escoge otro de la reserva de los mismos. La segunda,
que de lo que se trata es de cambiar el único futuro posible, el que pertenece
a todos, para evitar que nos lo escriban otros (fundamentalmente los
todopoderosos Mercados) en vez de
hacerlo nosotros. Es evidente que me quedo con la segunda. La primera parece
una banalización de la segunda.
****El derrotismo de esta frase honra a quien la escribe
porque reconocer la realidad es un principio del que la política suele alejar,
quizás condicionada por la ebriedad de creer, ingenuamente, que el PODER, así,
con estas mayúsculas tan agresivas, lo puede todo. Antes ya me referí a la
necesidad de redefinir, desde el socialismo, el concepto de igualdad, tan
deturpado; ahora cabría preguntarse sobre el alcance de una rancia expresión
“justicia social” que parece sacada de la doctrina joseantoniana. Sobre los
conceptos de justicia y de injusticia se articula la vida de cualquiera de
nosotros día a día, y los juicios se multiplican exponencialmente, si juzgamos
los supuestos considerados. “Justicia social”, pues, no puede ser un “marbete”
que oculte un proceso de reflexión en el que muy probablemente no se llegue a
un acuerdo, pro que, sin embargo, ha de orientar las acciones sociales del
Partido. En el contexto en que aparece da la impresión de ser un resabio descolocado
del Manifiesto Comunista.
Por ello la izquierda pierde el apoyo de *la clase trabajadora tradicional
y de *las clases populares,
desencantadas por una política económica y fiscal incapaz de defender *sus intereses. Y también
pierde la confianza de parte de *la clase media, que considera que contribuye a unos servicios
públicos que utilizan básicamente otros, y que no se siente identificada con un
discurso socialista que cree anclado en el pasado.
*Quizás buena parte del desconcierto ideológico del PS (da
igual que sea C que OE) se manifiesta de forma casi paradigmática en la falta
de rigor conceptual sociológico que preside este párrafo. ¿No son demasiadas clases, Miquel? La perspectiva de
analizar la realidad en términos de “clase”, y además de modo tan laxo, ya
demuestra que se está a años luz de lo que ha sido la evolución social de
nuestro país. Si ahora mismo se hiciera una encuesta pidiéndole a los españoles
que se encuadraran en alguna de las clases reseñadas en el párrafo, lo más
probable es que se tuviera que añadir otra casilla: los desclasados. Y la
sorpresa mayúscula sería que nadie se identificaría con las aquí propuestas.
Otra cosa es que se hablara de poder adquisitivo a secas, y ahí sí que todos
sabemos qué lugar ocupamos en la sociedad, cuál es nuestro techo de gasto y,
salvo numerosas excepciones, de endeudamiento. El concepto de clase evoca, sin embargo, aspectos de
formación, de cultura, de sensibilidad estética, de gustos, de tradiciones etc.
que complican no poco la elección. Tú mismo hablas ya de una distinción
“trabajadores tradicionales”, que lleva implícita una crítica a la taxonomía
habitual que se ha vuelto, como diría Felipe González, obsoleta. Lo mismo
ocurre con el concepto “sus intereses”, cuya capacidad de simplificación es de
tal naturaleza que parece formulado por quien viva en otro planeta. ¡Nada menos
que “sus intereses”! ¡Como si hubiera una comunidad de ellos perfectamente
identificados e indiscutibles! Pensar que existen los tales, tan bien
definidos, es empezar la casa por el tejado. Se abre ahí, sin duda, un trabajo
que ha de hacerse: identificar cuáles sean esos intereses mayoritarios y tratar
de satisfacerlos. Pero ahí no valen las impresiones personales, los “a mí me
parece que”, “yo creo que”, etc. No hacen falta augures, adivinos de baja
estofa, sino trabajo de campo serio y riguroso.
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