lunes, 25 de diciembre de 2017

Apostillas al documento presentado por Iceta al Duodécimo Congreso del psC. III



Tercera entrega infatigable...
*¿Seremos capaces de reencontrar confianza en nuestras ideas? ¿Seremos capaces de rehacer **lazos de confianza con la ciudadanía? ***¿Seremos otra vez capaces de cambiar de futuro? La izquierda, junto con otros, ha conseguido históricamente avances muy importantes: el reconocimiento de derechos de ciudadanía, primero, y de derechos sociales, después, la consolidación de sistemas democráticos, la extensión de derechos y libertades, la construcción de sistemas de bienestar, el establecimiento de instituciones europeas e internacionales capaces de superar guerras  e impulsar dinámicas de cooperación entre Estados y pueblos. Pero hoy constatamos, nuevamente, que los avances conseguidos no tienen por qué ser definitivos, y que asegurarlos en el presente y consolidarlos en el futuro requiere de una voluntad reformadora capaz de vertebrar mayorías sociales y políticas a nivel local, nacional, estatal, europeo y global. Y tenemos que reconocer que ****hoy no parecemos capaces de luchar contra la crisis y dar una respuesta coherente con nuestros principios de igualdad y justicia social.
         *Así planteado, más parece una cuestión terapéutica que política. No excluyo que ésta lleve a la necesidad de aquélla, pero en un congreso político está fuera de lugar esta perspectiva psicoterapéutica. La confianza está estrechamente asociada a las convicciones, no a las ideas. Ahora bien, lo propio de la izquierda es someter a debate todas las convicciones e incluso acabar con ellas y generar otras. De eso es de lo que se ha de hablar en el futuro congreso.
         ** La expresión “lazos de confianza con la ciudadanía” usa una palabra “lazos” que ignoro si se ha escogido deliberadamente, pero, de ser así, peca de una vaguedad que le impide conectar de forma sólida y asertiva con los posibles votantes. Se ha de buscar “compromisos” con la ciudadanía, no lazos que (es lo propio de ellos) se desatan con tanta facilidad como se anudan. Los “compromisos” son otro cantar. No está de moda comprometerse ni mantener la palabra dada, pero me parecen valores que han de figurar en el ideario socialista de manera indeleble. Esos compromisos unidos a una ética firme que anteponga el bien común a los intereses del partido es el mejor aval para buscar la complicidad de la ciudadanía.
Por ello la izquierda pierde el apoyo de la clase trabajadora tradicional y de las clases populares, desencantadas por una política económica y fiscal incapaz de defender sus intereses. Y también pierde la confianza de parte de la clase media, que considera que contribuye a unos servicios públicos que utilizan básicamente otros, y que no se siente identificada con un discurso socialista que cree anclado en el pasado.
         ***Me sorprende la expresión “cambiar de futuro”, cuando lo propio hubiera sido “cambiar el futuro”. La primera da a entender que se disponen  de varios futuros previstos y que, fracasado uno, se escoge otro de la reserva de los mismos. La segunda, que de lo que se trata es de cambiar el único futuro posible, el que pertenece a todos, para evitar que nos lo escriban otros (fundamentalmente los todopoderosos Mercados)  en vez de hacerlo nosotros. Es evidente que me quedo con la segunda. La primera parece una banalización de la segunda.
         ****El derrotismo de esta frase honra a quien la escribe porque reconocer la realidad es un principio del que la política suele alejar, quizás condicionada por la ebriedad de creer, ingenuamente, que el PODER, así, con estas mayúsculas tan agresivas, lo puede todo. Antes ya me referí a la necesidad de redefinir, desde el socialismo, el concepto de igualdad, tan deturpado; ahora cabría preguntarse sobre el alcance de una rancia expresión “justicia social” que parece sacada de la doctrina joseantoniana. Sobre los conceptos de justicia y de injusticia se articula la vida de cualquiera de nosotros día a día, y los juicios se multiplican exponencialmente, si juzgamos los supuestos considerados. “Justicia social”, pues, no puede ser un “marbete” que oculte un proceso de reflexión en el que muy probablemente no se llegue a un acuerdo, pro que, sin embargo, ha de orientar las acciones sociales del Partido. En el contexto en que aparece da la impresión de ser un resabio descolocado del Manifiesto Comunista.
Por ello la izquierda pierde el apoyo de *la clase trabajadora tradicional y de *las clases populares, desencantadas por una política económica y fiscal incapaz de defender *sus intereses. Y también pierde la confianza de parte de *la clase media, que considera que contribuye a unos servicios públicos que utilizan básicamente otros, y que no se siente identificada con un discurso socialista que cree anclado en el pasado.

         *Quizás buena parte del desconcierto ideológico del PS (da igual que sea C que OE) se manifiesta de forma casi paradigmática en la falta de rigor conceptual sociológico que preside este párrafo. ¿No son demasiadas clases, Miquel? La perspectiva de analizar la realidad en términos de “clase”, y además de modo tan laxo, ya demuestra que se está a años luz de lo que ha sido la evolución social de nuestro país. Si ahora mismo se hiciera una encuesta pidiéndole a los españoles que se encuadraran en alguna de las clases reseñadas en el párrafo, lo más probable es que se tuviera que añadir otra casilla: los desclasados. Y la sorpresa mayúscula sería que nadie se identificaría con las aquí propuestas. Otra cosa es que se hablara de poder adquisitivo a secas, y ahí sí que todos sabemos qué lugar ocupamos en la sociedad, cuál es nuestro techo de gasto y, salvo numerosas excepciones, de endeudamiento. El concepto de clase evoca, sin embargo, aspectos de formación, de cultura, de sensibilidad estética, de gustos, de tradiciones etc. que complican no poco la elección. Tú mismo hablas ya de una distinción “trabajadores tradicionales”, que lleva implícita una crítica a la taxonomía habitual que se ha vuelto, como diría Felipe González, obsoleta. Lo mismo ocurre con el concepto “sus intereses”, cuya capacidad de simplificación es de tal naturaleza que parece formulado por quien viva en otro planeta. ¡Nada menos que “sus intereses”! ¡Como si hubiera una comunidad de ellos perfectamente identificados e indiscutibles! Pensar que existen los tales, tan bien definidos, es empezar la casa por el tejado. Se abre ahí, sin duda, un trabajo que ha de hacerse: identificar cuáles sean esos intereses mayoritarios y tratar de satisfacerlos. Pero ahí no valen las impresiones personales, los “a mí me parece que”, “yo creo que”, etc. No hacen falta augures, adivinos de baja estofa, sino trabajo de campo serio y riguroso.


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