Sexta entrega: Crónica del fracaso "nacional" anunciado del socialismo catalán...
La necesidad de renovar
el proyecto nacional del socialismo catalán
Ciertamente tenemos los mismos retos que toda la
izquierda europea. Pero nuestro combate se desarrolla en una nación concreta,
Catalunya, que comparte *con
el resto de pueblos de España un mismo Estado, **que no reconoce todavía plenamente su
plurinacionalidad, pluriculturalidad y plurilingüismo, que no es todavía
plenamente el Estado Federal que deseamos.
*Ya he señalado con anterioridad que los
españoles no se ven a sí mismos organizados en “pueblos” al modo político como
en esta ponencia se usa y cuya raíz romántica tan lejos está de la ciudadanía
constitucional que representa la votación de la Constitución de 1978. Por este
camino conceptual se acortan tanto las diferencias ideológicas con el
nacionalismo que el PSC se vuelve masa indiferenciada, al integrarse en ese
discurso emocional.
**Sí que lo reconoce. Y reconocer que lo reconoce sería el
primer mensaje que marcaría distancia con el discurso exclusivista del
nacionalismo. ¿Cómo no va a reconocerse la pluriculturalidad y el
plurilingüismo en un país cuyas diferencias culturales y sus cuatro lenguas nos
convierten en quizá el país más singular de Europa? Debajo de esa queja, más
que juicio, late el afán soberanista, e incluso secesionista, porque lo que se
alimenta con ella es el marcar distancias para exagerar los supuestos “fets
diferencials” que, “al capdavall” no van más allá de lo anecdótico, de lo
folclórico, si no se quiere caer en el joseantonismo de la unidad de destino en
lo nacional, lo universal y todos esos absurdos nacionalistas e imperialistas
tan del agrado de D’Ors. Reconocer que el Estado reconoce las nacionalidades y
proclama que lo específico de España es la pluralidad de costumbres, culturas,
lenguas, etc., y que ello es, acaso, su principal riqueza como país, es
defender una realidad objetiva, lo cual no implica que no sea perfeccionable,
pero lo que un partido socialista no puede hacer es pasarse, acríticamente, al
bando nacionalista, so pena de renunciar al socialismo como guía inspiradora de
su acción política.
El proyecto
socialista en Catalunya está estrechamente ligado a una concepción radicalmente
democrática del autogobierno, que *interpreta el catalanismo político desde una perspectiva progresista,
de unidad civil y de cohesión social, y que encuentra en **el federalismo el hilo conductor
de un entendimiento fraternal con el resto de los pueblos de España, de Europa
y del mundo.
*Sobre el mito de la “unidad civil” y la
“cohesión social” habría mucho que hablar. Tan tópicas expresiones ¿acaso sugieren
que yo me he de sentir cohesionado y unido a sujetos indeseables como Millet o
como el paniaguado Àngel Colom, como los filomafiosos Prenafeta y Alavedra?
¿Qué suerte de expresión querubínica es
ese canto de la unidad y de la cohesión? ¿Acaso no defiende el socialismo
intereses sociales que poco o nada tienen que ver con los de otros colectivos a
quienes representan otros partidos, como ha de ser en democracia? ¿A qué vienen
los cantos navideños del amor universal? ¡Menuda ingenuidad! El párrafo parece sacado
de una película de Capra, pero sin su sabiduría narrativa, claro está. Lo que
el socialismo ha de buscar es la defensa de aquellos que menos posibilidad de
defenderse tienen frente a quienes detentan poderes capaces de imponerse hasta
el extremo de regresar a formas de esclavitud laboral que creíamos superadas,
como ocurre con los contratados en las explotaciones agrícolas de la unida y
cohesionada Cataluña, por ejemplo, o en los talleres clandestinos de las mafias
chinas, por poner otros ejemplos no connotados “nacionalmente”. Tengo para mí
que cada vez que oigo esos salmos unitarios lo que se está escondiendo es que
la desunión y la falta de cohesión son ya una realidad, y que se manifiesta,
por ejemplo, en los altísimos índices de abstención que hay, o en los cada vez
más frecuentes choques culturales entre la Administración catalana y quienes
quieren ejercer su derecho al uso del castellano, como lengua propia de
Cataluña que es, porque negar eso es convertir en “impropia” a la mitad de los
habitantes de nuestro país o, como sugirieron los soberanistas, en una
“anomalía histórica”, ¡tan cerca, ay, de la “animalía” con la que esos
patriotas suelen caracterizar a los otros catalanes!, como es frecuente leer en
las publicaciones de esos ámbitos ideológicos.
**No ignoro el porqué de la contumacia con que se vuelve una
y otra vez al mito del federalismo piimaragalliano, que no es otro que la
necesidad de autoafirmación simbólica en el establecimiento de la “diferencia”,
de la “distancia”, de la “otredad”, como rasgo identitario. ¿Es necesario
repetir que el federalismo ya está aquí y que recibe el nombre de España de las
Autonomías? ¿Sorprende aún a alguien el hecho de que seamos una monarquía
autonomista? La aceptación del diseño constitucional, con todas sus carencias,
sus limitaciones y sus incongruencias sería el mejor mensaje que podría
llegarles a nuestros votantes. La pereza conceptual nos lleva a veces a
inercias que, aun teniendo encomiables tradiciones, han de ser superadas para
renovar, para actualizar los mensajes socialistas. El entendimiento fraternal
no se produce entre pueblos, sino entre personas. Convendría, pues, usar un
preparado de laboratorio para combatir la caspa de los mensajes, que tan poco
dice del espíritu innovador de a quien se le cae en ellos.
El pacto constitucional de 1978 fue una meta histórica en
el proceso de conciliar el ansia de autogobierno del pueblo catalán y la
vertebración de un proyecto español común adecuado a una nación de naciones.
Ciertamente el desarrollo del autogobierno de Catalunya y el proceso de
reconocimiento de la realidad plurinacional de España han topado con *obstáculos e incomprensiones,
entre las que destacan la presión centralizadora y uniformizadora de la derecha
española que ha encontrado en algunos sectores progresistas una complicidad o
una pasividad descorazonadora. **La hostilidad de la derecha española es también la
principal causa del bloqueo a la reforma del Senado, pieza imprescindible en la
evolución federal del Estado de las Autonomías, a través de la reforma de la
Constitución.
*Algo errado va el juicio sobre la “presión
centralizadora” de una derecha que antes bien ha hecho bandera del autonomismo
frente a la Administración Central, sobre todo si está gobernada por el PSOE,
como hemos tenido ocasión de comprobar repetidamente en sus insubordinaciones
frente a las propuestas y directrices de la Administración Central. El
conflicto ha de plantearse, a mi parecer, en otros términos y, sobre todo, ha
de hacerse una poderosa autocrítica del modo como se ha entendido esa
pluralidad. En cierta manera, es paradójico que se reclame el plurilingüismo en
el Estado y que se niegue desde la Administración catalana, que se convierte
así en una monstruosa paradoja gobernante: se queja de que no se reconoce lo
que ella no está dispuesta a reconocer. Por este camino sólo se llega al
ridículo intelectual, aunque, desde según qué perspectivas nacionalistas, se
accede a la gloria del más acendrado patriotismo…
** ¿Por qué no correr un tupido velo sobre una reforma del
Senado que con gobiernos de mayoría absoluta el PSOE siempre se negó a
emprender? El maquillaje estético de la Cámara plurilingüe –después de haber
renunciado a una pedagogía efectiva sobre la transformación del Estado que
suponía el Estado de las Autonomías- no acaba de parecer sino un espectáculo de
opereta que va contra el sentido común de un gasto en traductores absurdo entre
quienes comparten una misma lengua. ¿Es tarde ya para eso? Para la pedagogía,
nunca. Para salvar el Senado, sí. A mí me parece una Cámara absolutamente
prescindible, un gasto suntuoso que no se puede permitir un país pequeño, como
el nuestro. Se habla en párrafos anteriores de controlar los gastos en salarios
de las empresas en dificultades, pero ¿cómo se explica esta política de embudo
para los actores políticos de un país sobre el que se cierne la amenaza de la
intervención? Ya es tarde para el Senado. Descanse en paz. Es decir, que,
ahorrándonos muchos dineros, no notaremos que haya desaparecido.
*El proceso de
elaboración del Estatuto de 2006 pretendía superar algunos obstáculos y señalar
una nueva etapa en el desarrollo del autogobierno de Cataluña. A pesar de los
avances conseguidos de los que el nuevo sistema de financiación constituye una
buena prueba, la hostilidad manifiesta del PP a la reforma y la feroz campaña
anticatalana por este motivo, han proporcionado argumentos a los sectores que
consideran que Catalunya no conseguirá nunca un reconocimiento nacional
suficiente ni un nivel adecuado de autogobierno en el marco español. Nosotros,
en cambio, consideramos que en un mundo de interdependencias crecientes y de
soberanías compartidas, el secesionismo, la independencia, no tiene sentido ni
futuro. La Sentencia del
Tribunal Constitucional sobre los recursos presentados contra el Estatuto, ley
orgánica española acordada entre el Parlament de Catalunya y las Cortes
Generales, aprobada por éstas y refrendada mayoritariamente por el pueblo
catalán, han supuesto un nuevo varapalo, una causa de malestar generalizado
entre amplísimos sectores catalanistas y un nuevo argumento a favor de las
tesis soberanistas e independentistas. El editorial conjunto de los diarios
catalanes, la manifestación del 10 de julio de 2010 y el proceso de consultas
independentistas han sido ejemplos evidentes de la insatisfacción creciente de
sectores importantes de la sociedad catalana con respecto al alcance del
autogobierno de Catalunya, así como de la percepción de insuficiencia e incluso
de injusticia del sistema de financiación y, muy en especial, de un
insuficiente reconocimiento de la realidad nacional, cultural y lingüística de
Catalunya en el marco español.
*No es éste el lugar para desarrollar una
crítica de las estrategias seguidas por el PSC en su corto camino hacia el
hundimiento electoral, de una dimensión como jamás la habíamos conocido en
derrotas anteriores. Suele hablar la cursilería política de fines de ciclo, de
cambios de época, de cambios de paradigma, e incluso de revoluciones o, como se
sostuvo en algún párrafo anterior, de cambio de civilización; pero lo cierto es
que hay un desajuste tan grande entre las propuestas políticas y la realidad
del pueblo que bien puede hablarse de un divorcio cuyas consecuencias aún no se
han evaluado con la mesura y la gravedad que el caso requiere. Me limitaré a
decir que hay conceptos que los carga el diablo, y eso le ha pasado al PSC con
el tan manido de la “desafección”, que le ha estallado en la cara y se la ha
dejado que ya no lo reconoce nadie. Dicho brevemente, se ha jugado con el fuego
de los sentimientos, porque “desafección” no es un término neutro, sino muy
marcado por el sentimiento, por los “afectos”, y ahí el discurso político pisa
un terreno tan resbaladizo que bien puede acabar dando, quien se sube a ellos,
un traspiés monumental. No hay más que ver la estrechez mental y la falta de
cortesía del Trias culé para darse cuenta de los peligros que encierran ciertos
usos verbales. Al final, como por arte de birlibirloque, y como ya te avancé en
alguno de mis correos, han sido los ciudadanos los que han sentido desafección
hacia el PSC. Entiendo que la impostura política de Montilla, algo así como el
sueño de la ignorancia, que no de la razón, haya producido el monstruo político
de creer que el espíritu del Timbaler del Bruc de la Catalunya eterna se
encarnaba en nuestro hombre de Iznájar; pero la impostura ha durado lo que una
agitada legislatura ha dado de sí, y ahí se acaba la historia, o el relato,
como dicen los modernos a la violeta como Ramoneda. ¡Cuántos esfuerzos se gastan en Cataluña para fomentar el
rechazo a España! Y pensar que eso no tenga respuesta es algo así como pensar
que el desdén con amor se paga. La simplificación de los mensajes es una de las
grandes pérdidas del sistema democrático y una de las grandes ganancias de los
sistemas autoritarios, de ahí que convenga estar siempre alerta contra la
incursión en ese terreno de la demagogia en el que solo se habla a fieles, no a
espíritus críticos. Si el gran éxito del Estatut ha sido el cambio en la
financiación y la posibilidad de que se den a conocer las famosas balanzas
fiscales, ¿habíamos de embarcarnos en tamaña aventura simbólica para lograrlo?
¿Quién que viva en Cataluña no va a defender una financiación más justa, un
reparto más equitativo de la riqueza? Se optó por el totum revolutum y nos ha
salido todito un revolcón. Que al menos sirva para extraer las lecciones
pertinentes.
Es en este contexto que el PSC tiene que ofrecer *una alternativa concreta a los
dos polos que parecen monopolizar hoy el debate catalanista: por un lado el
independentismo sin matices, y por el otro la ambigüedad oportunista de CiU,
empecinada en el “derecho a decidir” y un pacto fiscal de perfiles inconcretos.
Nuestra alternativa es la recuperación del espíritu del pacto constitucional a
partir de un acuerdo federal, un pacto que desarrolle el potencial federal del
Estado de las Autonomías y asegure el carácter plurinacional, pluricultural y
plurilingüístico de un Estado español eficiente, entendido como **marco de cooperación federal
entre administraciones, garante de los derechos de ciudadanía y de la
prestación de servicios públicos de calidad, de la adecuada regulación de los
mercados e instrumento para la acción europea e internacional. Este acuerdo
federal no debe excluir la posibilidad de acuerdos bilaterales subscritos entre
el Estado y la Generalitat ni un pacto fiscal solidario en el proceso de
revisión del acuerdo de financiación subscrito en el 2009.
*La afirmación es sorprendente, porque
excluye al PSC como “polo” posible del debate abierto en la sociedad catalana,
si éste se organiza a partir de dos posturas como las señaladas, que en modo
alguno pueden ser consideradas antagónicas, sino meras fases de un mismo
proyecto unitario.
**Se describe lo que hay y lo que se quisiera que hubiera,
la relación bilateral, es decir, que le sea reconocida a Cataluña la categoría
de pseudoestado, algo que nada tiene que ver con la soberanía nacional que
constata la Constitución del 78 como su propio fundamento. Por otro lado, el
pacto fiscal solidario sigue siendo una exigencia que en modo alguno puede
combatirse desde las torpes amenazas de “desafección” y otros falaces
planteamientos políticos por el estilo, sino con la mejora de los mecanismos de
redistribución de los ingresos y una dura negociación sobre los techos de la
contribución a lo que antiguamente llamaban los tratadistas el procomún y
hogaño el estado del bienestar.
*Si no somos
capaces de dar contenido a esta alternativa, movilizando a la mayoría de
catalanes que creen que esta opción es la que mejor sirve a los intereses del
país, y estableciendo complicidades políticas, sociales y culturales en el
resto de España en favor de este nuevo pacto federal, Cataluña parece abocada a
una lenta deriva hacia un soberanismo oportunista hegemonizado por CiU.
*El problema insoluble de este
planteamiento, ya reiterado, es el de la incapacidad de reconocer que el estado
autonómico es, “de hecho”, nuestro
estado federal, y que reclamar este último no pasa de un problema
nominal que no va a encontrar la complicidad en el resto de España porque el
país no da para tantos “sentimientos” federales, y menos para un pacto que ya
se fraguó en la Constituión del 78. La ansiada bilateralidad, desde nuestra perspectiva
catalana, no es sino una reivindicación “encomanada” del independentismo
nacionalista. Si España se ha caracterizado como país ha sido por estar siempre
preguntándose qué era España, como ocurrió con la generación del 98, cuyos
principales representantes era todos, paradójicamente, escritores e
intelectuales periféricos. Si el ser de un país ha sido siempre el conflicto de
su identidad, ¿cómo puede aspirarse a la realización política de esa unión
federal casi imposible? Cuando el sentimiento de diferencia respecto del resto
de España domina nuestro pensamiento y nuestras emociones lo honesto es
declararse independentista, pero ese paso implica una negación de ese “resto”,
negación que, por lo general, suele ir unida al menosprecio prepotente. En el
fondo, repensar España no parece que haya de ser una cuestión política, sino
meramente intelectual. Que después pueda tener consecuencias políticas, pues ya
se verá. Pero aspirar a crear un debate artificial para el que las otras partes
no solo no están preparadas, sino que no tienen ninguna necesidad de él, es
condenarse a la ambigüedad y al fracaso.
Desde nuestra perspectiva partidista, el famoso problema de
las dos almas del partido solo puede resolverse con la fusión de las mismas, de
modo que, no sin cierto orgullo, podamos defender la estricta igualdad de
ambas, sin complejos paranacionalistas ningunos. Que ello implica señalar las
diferencias con otros territorios es algo obvio. Cuando John dos Passos
escribió su libro sobre España: Rocinante
vuelve al camino, de lo que más se admiró era de cómo España podía ser un único
país con las diferencias tan enormes que había entre sus territorios y sus
gentes. Esa unidad en la diferencia ha de ser, pues, una seña de identidad que
deberíamos defender frente a los exclusivismos nacionalistas.
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